Los gobiernos latinoamericanos y caribeños se mueven entre la solidaridad con Maduro, los tímidos llamados al diálogo y el temor a perder beneficios y acreencias o a ganarse un conflicto. Mientras Venezuela se acerca al precipicio, la llamada comunidad internacional se muestra impotente.
Estados Unidos amenaza con sanciones que, en vez de aportar soluciones, complican más las cosas. Aunque el Parlamento Europeo pidió el cese de la represión y la violencia en Venezuela, la Unión parece inhibida por los errores que se cometieron con Cuba y por experiencias tan calamitosas como las de Afganistán, Irak, Libia o Siria. La injerencia –unilateral en unos casos o humanitaria en otros– solo ha conducido a más caos y violencia. China y Rusia prefieren callar para preservar sus intereses.
Embarcados en búsquedas políticas opuestas, los gobiernos latinoamericanos y caribeños se mueven entre la solidaridad con Maduro, los tímidos llamados al diálogo y el temor a perder beneficios y acreencias o a ganarse un conflicto.
Gobiernos del Alba dan su apoyo a Maduro. Sin embargo, de los otro ocho miembros, en el aniversario de la muerte de Chávez solo estuvieron tres presidentes: Castro, Evo y Ortega; y de los 16 asociados a Petrocaribe, a más de los de Cuba y Nicaragua, llegaron los mandatarios de Jamaica y Surinam. Piñera y Santos llamaron al diálogo, expresaron sus deseos de paz para los venezolanos y recibieron a cambio duras recriminaciones de Maduro. Panamá solicitó una reunión de la OEA, y Maduro rompió relaciones con el istmo y amenazó con no atender la deuda.
Brasil –que, por su peso, debería jugar un papel central– se mueve entre su desinterés por el continente, las ambigüedades de sus dirigentes y sus intereses económicos en Venezuela. Finalmente, ante la persistencia de las protestas, han llamado al diálogo Dilma, el presidente del Partido de los Trabajadores y Lula, en carta que Maduro calificó de “amorosa”.
Los organismos internacionales no se comportan mejor. En el 2002, la OEA y el Centro Carter mediaron en la crisis venezolana, pero ahora se muestran cautelosos. Finalmente, el 7 de marzo pasado, el Consejo Permanente de la OEA expidió una declaración de respaldo a la institucionalidad, el diálogo y la paz, que –al no haber convocado a los cancilleres ni enviado una comisión que examinara la crisis–, fue saludada por Maduro como “una gran victoria”.
Distintas instancias de la ONU (Secretario General, Alta Comisionada de Derechos Humanos, relatores sobre derecho a la asociación y libertad de expresión), desde la distancia, piden al gobierno venezolano garantías para las manifestaciones y atención a las demandas de quienes protestan. Por su parte, la Celac y la Unasur se limitan a cumplir su función de foros destinados a garantizar el respeto recíproco y la convivencia intergubernamental como condición para la paz regional.
Con su silencio, los miembros de la Celac dan la impresión de encontrarse satisfechos con la complaciente aprobación mutua. Unasur recibió en el 2013 el mandato de ayudar a que las dos mitades de Venezuela se escucharan luego de la reñida elección presidencial. Pero la auditoría de las votaciones y la investigación de la violencia del 15 de abril, con las que se comprometió, no fueron atendidas. En febrero pasado hizo un llamado al diálogo, que el canciller Jaua trasformó en respaldo al gobierno. Unasur acaba de acoger la propuesta de Maduro de enviar a su país una comisión de cancilleres. Ojalá que esta vez haga una contribución eficaz.
La compleja transición mundial y la consiguiente incertidumbre de todos los poderes los han sumido en la impotencia. Frente al abuso de los gobernantes o a los métodos violentos de ciertas corrientes de oposición, a los pueblos solo les queda el recurso a la movilización y el apoyo de sectores democráticos, medios de comunicación y redes sociales. No es suficiente, pero, por fortuna aun nos queda eso.... #DefiendeLoBueno
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