viernes, 21 de marzo de 2014

Con o sin soldados a la calle por la libertad

Los motores acelerados de los camiones rugen en medio de la noche. Luego, el silencio. Los ciudadanos se despiertan en tensa calma. Pasan unos minutos y, de repente, un grito rompe con la tranquilidad y se escucha el sonido de las botas corriendo sobre el asfalto. Es el inicio de una ofensiva. Los más osados se asoman a las ventanas. Desde la altura ven cómo las calles quedan llenas de soldados que, parados en las esquinas y puertas de los edificios, se aferran a sus fusiles. No se trata de Crimea y del ejército ruso, sino de la decisión gubernamental de militarizar todas las ciudades que se oponen al régimen.

Como si se tratase de una guerra abierta contra sus propios ciudadanos, las tropas se han movilizado hasta puntos estratégicos para intentar acallar el descontento de la población civil. Ese que se ha transformado en un mes de manifestaciones diarias, tanto dentro como fuera del país, y que evidencia el alto rechazo que existe hacia el Gobierno y sus erradas políticas, las cuales han conllevado a la crisis económica y la elevada tasa de inseguridad, así como a una destrucción del modelo democrático y la coacción de la libertad de expresión.

En un intento desesperado por acallar las crecientes protestas en el país, el Gobierno ha decido jugar su carta comodín: utilizar el ejército para imponer su voluntad a la fuerza y no por medio del diálogo. De ahí que la Fuerza Armada amaneciera, simultáneamente, en Altamira y Chacao (espacios emblemáticos de la lucha contra el régimen socialista), así como en otras zonas que están ofreciendo una importante resistencia civil. Sin embargo, no todo está concentrado en Caracas. El descontento social está esparcido por todo el territorio, por lo que las tropas también han tenido que acudir hasta San Cristóbal, Maracaibo, Maracay, Valencia y Barquisimeto, entre otras ciudades.

Sería inocente considerar que la movilización de los soldados es una táctica preventiva. En especial, cuando se conoce que las fuerzas de seguridad del Estado han utilizado sus recursos para perseguir, emboscar y atemorizar a los manifestantes de todas las formas posibles. Llegando, incluso, a buscarles dentro de sus hogares para detenerles por haber ejercido su derecho a la protesta. En este sentido, la presencia militar apunta mucho más a una labor de espionaje e intimidación contra los ciudadanos de estas zonas, que a una supuesta apuesta por la seguridad o la “limpieza” de los escombros de las calles.

El tiro le está saliendo por la culata al Gobierno. Los venezolanos no han permitido que las fuerzas del Gobierno les intimiden, sino que, por el contrario, los soldados son la evidencia a pie de calle del espíritu opresor del régimen de Nicolás Maduro, así como de sus asesores externos provenientes de Cuba, Rusia, España e Irán. Ese espíritu que durante el último mes, ha impulsado una espiral de violencia e intolerancia que ha llevado al asesinato de más de 30 ciudadanos.

Tras 15 años de represión gubernamental, los venezolanos han comprendido que sólo se le debe tener miedo a la pérdida de la democracia y a la implementación de un gobierno autoritario que sea capaz de sacar las tropas a las calles con el único fin de permanecer en la comodidad del poder.

El Gobierno es consciente de que la situación se le escapa de las manos y de que, cada vez más, la población se organiza dentro y fuera del país para exigir un cambio. Durante las últimas semanas han sido testigos de cómo una población se ha enfrentado con valor a las balas y grupos paramilitares oficialista con el fin único de alcanzar su libertad. Un sueño contra el que nada pueden hacer los grandes despliegues policiales, militarización de las ciudades o imaginarios planes de invasión.
La decisión está tomada. Con o sin soldados en las calles, la lucha por la libertad se ha consolidado en Venezuela y no se detendrá hasta que renazca la democracia, que todos los ciudadanos se vean como iguales, en lugar de como enemigos, y se apague el sonido de las botas militares corriendo por el asfalto a mitad de la noche.

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