viernes, 10 de abril de 2020

¿Un mundo mejor después del Covid-19?

En momentos en que las pantallas de televisión nos muestran un sinnúmero de médicos, economistas y políticos hablando sobre el coronavirus, decidí llamar a un reconocido psicólogo social y preguntarle cómo cambiará el mundo después de esta pandemia. Y lo que me dijo fue sorprendentemente optimista en medio de la desesperanza reinante.

Peter Coleman, un profesor de psicología de la Universidad de Columbia que estudia conflictos políticos y desastres naturales en todo el mundo, dice que la crisis actual puede conducir a una disminución de la polarización política en los Estados Unidos y en el resto del mundo .

Coleman, que está a punto de publicar un nuevo libro titulado “La Salida: Cómo superar la polarización tóxica”, dice que varios estudios han demostrado que “enemigos comunes” como la actual crisis de coronavirus han ayudado a sociedades profundamente divididas a unirse ante la adversidad.

Y eso puede pasar en todos los países donde la polarización política ha aumentado dramáticamente en los últimos años, dijo. Coleman me citó el caso del “Blitz”, el bombardeo nazi de 56 días contra Gran Bretaña, que el gabinete del primer ministro británico Winston Churchill pensó que daría lugar a saqueos y peleas internas por escasos recursos. Y en cambio, resultó en un aumento en el altruismo, la compasión, la generosidad y las acciones para el bien común

Algo similar sucedió después del tsunami de 2004 en Indonesia. El gobierno y los grupos insurgentes hicieron a un lado sus diferencias para reconstruir las comunidades destruidas, agregó.

La segunda razón por la cual Coleman es cautelosamente optimista sobre una disminución de la polarización es que las catástrofes naturales a menudo actúan como “shocks” al sistema político”. Al cabo de algunos años, muchas veces dan lugar a cambios políticos positivos.

Un estudio de 850 conflictos interestatales que tuvieron lugar entre 1816 y 1992 encontró que más del 75% de ellos terminaron dentro de los 10 años después de un “shock” al sistema, me dijo Coleman.

Otro estudio realizado por el politólogo de la Universidad de Princeton, Nolan McCarty , mostró que Estados Unidos era un país profundamente polarizado hasta que dio un gran giro hacia una mayor cooperación política en 1924. Eso fue una década después de la Primera Guerra Mundial, y después de la pandemia de gripe de 1918 que mató a 50 millones de personas en todo el mundo.

“El punto es que este tipo de conmociones como la actual pandemia no son una garantía de ningún tipo de cambio, pero a menudo son una condición necesaria para cambiar patrones de conducta profundamente arraigados como la polarización política”, me dijo Coleman.

Efectivamente, ya estamos viendo algunos ejemplos de esto.En Colombia, el grupo guerrillero del Ejército de Liberación Nacional (ELN) declaró la semana pasada un alto el fuego de un mes como un “gesto humanitario” ante la pandemia. En Argentina, el presidente Alberto Fernández y el jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta –dos rivales políticos– se han reunido para tratar de combatir conjuntamente la pandemia en la capital.

Pero también hay razones para ser escéptico sobre escenarios demasiado optimistas El nacionalismo y el populismo ya estaban en aumento antes de la crisis COVID-19, como hemos visto con las elecciones del presidente Trump en Estados Unidos, Boris Johnson en Gran Bretaña y Jair Bolsonaro en Brasil, entre otros.

Y la cooperación global está de capa caída. A diferencia de lo que sucedió durante las crisis de 2001 y 2008, esta es la primera vez en años recientes en que Estados Unidos no lidera una iniciativa global coordinada para combatir un problema global.

Trump, un autoproclamado nacionalista, ha culpado a China por la pandemia. Y China culpa a Trump. Cada una de las grandes potencias está yendo por su lado, muy lejos de la solidaridad y la acción conjunta por el bien común de la que habla Coleman.

Hasta ahora, es difícil ver que esta crisis pueda tener impactos positivos. Pero la buena noticia es que, si Coleman tiene razón, a menudo hay un efecto retrasado de unos diez años entre las grandes catástrofes y los cambios políticos que disminuyen la polarización interna y externa



 ¡Todavía hay esperanza de que esta crisis conduzca a un mundo mejor!

martes, 7 de abril de 2020

Lo estamos viendo...

 Presiento los últimos días del régimen. Sus escaramuzas se debilitan y sus defensores parecen esfumarse. Ser buscados por la justicia norteamericana ya se convierte en una intrincada combinación de contrariedades. Son una panda de insidiosos amortajados en sus propias fechorías. No saben cómo plantarle cara a este aluvión de decisiones que, desde el exterior y con las leyes puestas al servicio de una meta, parecen complicarles todo.

En estos tiempos tecnológicos se cambiaron los carteles endosados en las paredes. Hoy yacen los avisos colgados en las redes sociales y en las imágenes suntuosas de los medios audiovisuales. Nadie duda que en la dictadura sobran charlatanes. Tampoco que se requiera rebuscar mucho en el prontuario, pues está servido para el análisis y las culpas son más que evidentes.

Los carteles de “se busca” fueron solo el preludio para un plan preconcebido. Ahora los Estados Unidos lanzan la operación antidrogas más grande de occidente. Lo anunció Donald Trump con una claridad de buen entendedor: “no debemos permitir que los carteles de la droga exploten la pandemia, para amenazar la vida de los estadounidenses”.

Al unísono, se desplegaron enormes buques yanquis en el mar Caribe, cercanos a los linderos venezolanos. Es más que una advertencia. Para algunos es la tormenta perfecta. Una amenaza creíble. Una presión azotada en las narices. Marco Rubio no se reprimió para esgrimir que “si EE. UU. acabara de acusarme por traficar drogas, con una recompensa de $15 millones por mi captura y su marina realizase operaciones en mi costa, yo estaría realmente preocupado”.

También los aviones de guerra se movilizan por el Pacífico y el Caribe. El Comando Sur amplía su vigilancia. Hasta helicópteros destructivos mostrarán sus dientes. El jefe del Pentágono, Mark Esper, se mostró poco compasivo para recalcar que los acompañan 22 naciones en esta lucha. La idea es aumentar la capacidad de inteligencia y “ganarles la batalla a estas organizaciones criminales”.

Un país entero anhelaba un despliegue militar de amplitud y envergadura. Lo estamos viendo. Se acercan los marines. Por eso las palabras de Diosdado Cabello al saber la noticia solo me generan indetenibles carcajadas: “en caso de poner un pie en Venezuela, iremos por ustedes. Operación Furia Bolivariana activada”.

Si es verdad que la popularidad de Trump pende de un hilo, ante lo avasallante del coronavirus. Su controvertida manera de resolver sus propios enredos y su tono acerado para emitir su discurso, no lo han ayudado mucho en esta ocasión, ante unas proyecciones de la pandemia poco alentadoras. Por eso no dudó esta vez, en apelar a su otro subterfugio bien medido: la resolución de la crisis en Venezuela.

El momento en el cual se suscitarán los hechos no lo sabemos. La acción bélica con calles desoladas por la pandemia facilitaría un mejor resultado. Los malos dotes de político parlanchín no le servirán en nada a Maduro. Ni sus escondrijos ocultos. No hay búnker que pueda contra los radares asertivos norteamericanos.

Lo real es que son medidas de presión inmediata. Un país sin gasolina y con menores ingresos; con sanciones y con un componente militar desmotivado no hará mucha lucha encarnizada. Y sobre estrategia castrense hace tiempo que los gringos inventaron la rueda.

Un día antes del comienzo de esta operación, se emitió una propuesta edificada por el Departamento de Estado norteamericano para un posible gobierno de transición. Por un instante me pareció a destiempo y poco conveniente. Maduro y Guaidó se harían a un lado y las sanciones se levantarían de manera gradual. Pero al conocer ahora los demás contornos del plan, se me quitó lo chalado y me asaltó una risa sardónica. No puede decirse que no trataron de resolverlo de manera pacífica.

No sé si Maduro y sus secuaces se largarán con viento fresco. Si su destino pende de una viga o estén analizando lo factible. Pero el avistamiento de problemas para la tiranía, con un deseo de darles caza más que real, no les debe permitir conciliar el sueño. No es una intención alegórica. No hay figuraciones o supuestos. Van por sus cabezas. Los tomarán de los pelos y los mostrarán al mundo como un trofeo; un triunfo celebrado y una tangible carta electoral.

Es la hora de poner a pensar a los cretinos. Sé que Maduro está durmiendo a saltos. No hay forma de escabullirse a este dilema. ¿Qué le sentará mejor, el traje naranja o huir antes del diluvio? Pero también podría entregar el poder por las buenas. Pero lo dudo. Ni Noriega, ni Pablo Escobar o “el Chapo” Guzmán lo hicieron. Esas premisas deben acuñarse en su mente como puñales. Vendrán días decisivos y ni la pandemia parece evitar el desenlace