martes, 23 de enero de 2018

Recordando el 23 de Enero y mas...

“Recapitulación” es el término con el que Pablo, en su Epístola a los romanos, designa el traer lo olvidado a la memoria, al presente, a la actualidad, a la acción. La puerta de entrada a la comprensión del tiempo mesiánico; aquel en el que el pasado, el presente y el futuro se funden para permitir la parusía, la vivencia del reino de Dios. Aquel que debemos alcanzar con la máxima urgencia “en el tiempo que resta”. El tiempo en el que estamos. Ahora mismo.

Los recuerdos pues, guardando las debidas proporciones y distancias, el 23 de enero es, para nosotros los venezolanos, un acontecimiento mesiánico, esencial, históricamente determinante. Que fuera echándose al olvido mientras avanzaba la disolución, la disgregación y el debilitamiento de nuestras raíces. Allí y entonces nacimos a la vida de la Venezuela que aspirábamos ser. A la Venezuela que quisiéramos revivir. Que debemos recapitular, vale decir: sacarla del olvido en el que espera en potencia, para encontrar en él las señales de un nuevo tiempo. En términos también paulinos, “la salvación”. Pues el reino de Dios es el reino de la Libertad, de la reconciliación, del reencuentro, de la felicidad, del amor. No el tiempo de la tiranía, de la traición, del asesinato, la masacre y el olvido.

Y creo necesario establecer las debidas comparaciones, pues el 23 de enero, aún siendo ejemplar y emblemático como fecha de encuentro del pueblo venezolano con su vida en libertad, en plenitud democrática, es ontológica, existencialmente distinto a la situación que hoy vivimos, sin duda una crisis incomparablemente más grave y definitoria que la que estallara aquel 23 de enero de 1958, hoy hace sesenta años.

Ni la dictadura militar de Chávez-Castro-Maduro es comparable a la de Pérez Jiménez, ni la MUD y los partidos que la integran, especialmente AD, eje y clave de la liberación alcanzada aquel día, es comparable a la Junta Patriótica y sus partidos. La dictadura de Pérez Jiménez era inmanente a la Nación, jamás socavó las bases de la República y fue de naturaleza estrictamente político institucional, venezolanista. Fue, como lo fueran todas las dictaduras hasta la aparición de los totalitarismos modernos, una dictadura comisarial: sin afanes totalitarios ni de intenciones devastadoras, escatológicas, auto mutiladoras. Venezuela pudo transitar desde la dictadura a la democracia sin traumas, fracturas existenciales ni hiatos. Exactamente como la de Augusto Pinochet respecto de la tradición republicana chilena. Fue una dictadura modernizadora que no tocó los fundamentos estructurales del sistema. Salir de ella no supuso poner el país de cabeza, sino emanciparlo democratizando su vida orgánico política. Dándole un nuevo sujeto histórico: el pueblo en su heterogénea y múltiple configuración. Por primera vez en nuestra historia, auténtico protagonista de nuestra vida política.

La dictadura castrocomunista que hoy enfrentamos es, muy por el contrario, una dictadura devastadora, que se propone liquidar lo real que nos fundamenta y entregarnos a las fuerzas de la disolución, el rencor y el odio. Así como a la desaparición del Estado, la cultura y la civilización que nos caracteriza. Vaciar al país de todas sus instituciones, tradiciones, usos y costumbres. E implantar un régimen totalitario de partido único, policiaco, tiránico, estrangulando al pueblo y su vida política. Conglomerados empobrecidos, arruinados, esclavizados y ruines. Como lo son Cuba y Corea del Norte. Formas momificadas de vida social, petrificadas y desalmadas bajo un Estado que hambrea materialmente y coarta toda posibilidad de desarrollo espiritual autónomo e independiente, liberal y productivo. Esclavismo moderno.

Se agrega a ello la naturaleza hamponil, criminal, pandillesca de los factores de Poder y el uso que dichos factores hacen del Estado, castrado en todas sus potencialidades sociales y convertido en escenario de la lucha entre pandillas por la apropiación de la riqueza. Militarista, represor, terrorista y narcotraficante. Un Estado propiamente forajido.

No lo fue bajo la dictadura de Pérez Jiménez. La suya fue, en más de un sentido, una dictadura ilustrada, que contó con el auxilio y la asesoría de intelectuales de primer rango y que, a pesar de su naturaleza autocrática y autoritaria, represiva y criminal, en lugar de devastar a Venezuela la convirtió en una potencia regional. Exactamente como la de Pinochet y sus fuerzas armadas.

Tampoco la oposición ni los partidos de su tiempo resisten la menor comparación con la MUD y sus partidos. Para sólo referirme al caso de Acción Democrática y el rol jugado por su máxima autoridad, Rómulo Betancourt, en la resolución de la crisis de excepción que entonces se vivía, quisiera citar parte de una carta del 21 de mayo de 1957, dirigida a Carlos Andrés Pérez y a Luis Augusto Dubuc, en la que define el imperativo político existencial de la circunstancia y su propio papel en los sucesos futuros: “He tenido algún trabajo en estos años y rumiado mucho desagrado; sobre todo, ando con el reconcomio de haber sido víctima, o cómplice, de una serie de presiones, desde el interior del país, y desde el exterior; para haber dejado de cumplir con el deber de hacerle la revolución a esta gente. Lo que está haciendo Fidel Castro, y con mucho más éxito, debí hacerlo yo en 1950; y deberemos hacerlo en 1957, si no hay elecciones libres…Es más: si en el 57 o comienzos del 58 no hay solución al problema venezolano – evolutivo o a la brava – no nos quedará otro camino sino el de ponernos un bozal, y no hablar más en el exilio de los atropellos, etc., de aquella gente. Por propio respeto, tendríamos que callarnos definitivamente.” (Rómulo Betancourt, Antología Política, Volumen Sexto, Pág. 619, Caracas, 2004).

Es, sin lugar a dudas, la sagrada palabra de un líder mesiánico dispuesto a dar su vida por salvar a Venezuela, desalojar “a esa gente” por las buenas o por las malas, pacífica o insurreccionalmente, e instaurar una régimen democrático, un estado de derecho en Venezuela. O cerrar la boca. No se planteó entonces ni se plantearía jamás la falsa disyuntiva entre “votos o balas” con la que la actual dirección de lo que ha devenido su partido ha evadido sistemática y metódicamente enfrentarse a la dictadura, desalojar al régimen, iniciar la transición y reconstruir el dañado tejido social, político y económico de Venezuela.

El franco y abierto rechazo que encontrara Fidel Castro cuando viniera a Venezuela, ya electo Rómulo pero aún sin haber asumido el mando, es la otra cara del 23 de enero: su liderazgo asumiría una vía liberal democrática absolutamente reñida con el socialismo y con cualquier forma de dictadura. Ya fueran de derechas o de izquierdas, anti imperialistas o pronorteamericanas. Un régimen de derecho dueño de su destino y su soberanía, impermeable a la traición de sus fuerzas armadas y la entrega de su soberanía.

Y para definir al gran protagonista de la jornada, las Fuerzas Armadas, ellas estaban imbuidas de un espíritu nacionalista y patriótico, vertical y disciplinado, profesional y estamentario. La antípoda de las actuales fuerzas armadas, sin cuyo interesado, mezquino y mercantil respaldo, incluso al precio de su descomposición ética y moral, el castrocomunismo jamás hubiera alcanzado el Poder en Venezuela.

¿Vale la conmemoración de los Idus de Enero de paradigma, ejemplo y modelo de acción para las actuales generaciones? Sin la más mínima duda. Sin el componente militar, armado y dispuesto a librar otra batalla por la libertad de nuestra Patria haciendo uso de todos sus medios, ni el pueblo en las calles sirviendo de palanca insurreccional del desalojo, difícilmente podrán removerse las rémoras que nos atan al castrocomunismo. Recapitular las gloriosas acciones del 23 de enero puede volver a confrontarnos con nuestras obligaciones, como lo hiciéramos ejemplarmente en el pasado. Es la ruta. No parece haber otras...

El terrorismo termino con la política

Quise tiular distinto – “La degradación de la política en Venezuela” – y me corregí, pues ver degradada la política supone que algo de ella sobrevive. Algo puede hacerse entre sus actores actuales, concertando éstos, para revalorizarla como “elevada forma de caridad”, según las palabras de Joseph (Benedicto XVI) Ratzinger.

Luego de los hechos recientes – otros anteceden a las ejecuciones extrajudiciales de Oscar Pérez y sus compañeros por órdenes de la dictadura, realizadas con saña cainita – sólo resta ira popular, ahogo, impotencia, dolor que duele mucho al ser silencio, miedo colectivo que se confunde con un desbordamiento de odios.

Ello podrá superarse si de las víctimas: incluidas las de la hambruna, satisfechas en sus derechos a la memoria, la verdad y la justicia, surge algún sosiego que les permita restablecer los lazos de confianza hacia los otros, entre sus compatriotas, en la idea bienhechora del Bien Común.

Luego de la Masacre de El Junquito no queda en pie nada de la política. Ni siquiera puede señalarse que han ocurrido nuevas violaciones agravadas de derechos humanos bajo el oprobioso régimen de los causahabientes de Hugo Chávez – los Maduro-Flores, los Cabello-Carvajal, los Tarek, los Rodríguez, sus respectivos sicarios – como consecuencia de una política de Estado.

No hay política donde medra el terror, donde hace cuna el terrorismo desde el Estado; pues ni siquiera cabe hablar de “terrorismo de Estado” en Venezuela, pues alude a los restos de alguna institucionalidad que se sostiene. Ni siquiera existe, en la práctica, la Asamblea Nacional.

El país que fuimos es ahora una colcha de retazos, es anomia pura, suma de víctimas.

Hemos mudado en individuos aislados y huérfanos, arrastrados por la angustia vital. Pisamos un territorio que nos quema las plantas de los pies. No nos reconocemos socialmente ni reconocemos a este bajo el diluvio de violencia impúdica que lo anega. Es irracional, pues carece de propósito político. No es guerra que cuente con partes beligerantes. Es la maldad que azota y sólo la explica el terrorismo, como forma y modo de vida.

Causar terror, con actos susceptibles de expandir sus efectos psicológicos sobre la masa, para así fracturarla, envilecerla, destruirle todo lazo de afecto familiar y social es el único motivo que anima al régimen. Es oponer el uno al otro, a hermanos, a connacionales, a copartidarios, transformándoles en agentes de la traición y la deslealtad. Y lo ha logrado.

Es lo que se aprecia en el comportamiento de Nicolás Maduro, Diosdado Cabello, Freddy Bernal, Néstor Reverol, quienes celebran su acción terrorista intencional. Se lavan las manos con la sangre de los caídos y hasta le prohíben el llanto fúnebre a los deudos, para que aumente el odio. Hacen burla y se mofan de aquellas para exacerbación de lo orgiástico en sus sicarios, sus colectivos y militares más ruines.

Atrás queda hasta el tinte del terrorismo antiguo, el de los zelotes o los sicarii, previos a la edad cristiana, ejercido para atemorizar a los romanos o usando la sica – de allí el puñal que da origen al sicario – para castigar en público y con sorpresa, en la plaza pública, a los colaboracionistas. Maduro y los suyos pueden mirarse hoy en el espejo del absurdo, de la tragedia que tiene como protagonista al paisano de los Tarek, Jalifa Belgasin Haftar, comandante de las fuerzas armadas libias. Situado en la acera de enfrente de los yihadistas después de ser el colaborador sanguinario de Muamar Al Gadafi, el pasado julio ejecuta sin juicio a 18 de éstos, puestos de rodillas, filmados como para expandir más el caos que hoy se engulle a esa nación.

Es esta la herencia de la revolución roja bolivariana, que comienza con su Masacre de Miraflores o de El Silencio, sus 20 asesinatos y 100 heridos, en 2001; a la que siguen los diálogos de Jimmy Carter, cuyas resultas busca impedir Chávez con la otra Masacre de Febrero – la primera, la del 27, en 2004 – con 12 muertos y otro centenar más de heridos, y 400 detenidos. Al término, burlados por éste los comicios referendarios, en postura mesiánica como la que nutre al terrorismo, le dice al país con frases que copia de Víctor Hugo: “No me creo con el derecho a matar un hombre, pero me siento en el deber de exterminar el mal”. El mal absoluto ve como mal al bien de la vida. Así de simple.

Me pregunto, en esta hora agonal, si ocurrida la Masacre de febrero de 2014, asesinados más de 120 jóvenes en 2017, vista la purulenta acción cobarde terrorista de El Junquito, ¿seguirán afirmando los jefes de nuestras franquicias partidarias que “o dialogamos o vamos a la guerra”? Ese maniqueísmo sin solución es la muestra de que ha muerto la política, algo más complejo. ¿Creen aún que negocian con políticos, o son tontos útiles del terrorismo?

El grito de los libertadores

Mientras el Centro de Investigación InSight Crime calificó a Venezuela como el país “más homicida de América Latina”, Cáritas estima que 280 mil niños podrían morir por desnutrición. La revolución roja rojita avanza a paso de campeones y somos una potencia en cadáveres. Gonzalo Himiob denunció que han habido más de 7.000 ajusticiamientos extrajudiciales bajo el chavismo. Las masacres de Tumeremo, Barlovento y ahora en El Junquito demuestran claramente que aquí no hay derecho a la vida, ni constitución que valga, ni fiscal ni defensor del pueblo. Venezuela es récord en fusilamientos con tiros en la cabeza porque las violaciones a los derechos humanos es una política de Estado. ¡Descansen en paz!, a todos los héroes que han recibido PATRIA.

Venezuela en la cuarta fue conocida como la Suiza de América, pero gracias al chavismo ahora somos más pobres que Haití y con tantas muertes de hambre como en Somalia. Durante 2017 fallecieron semanalmente casi 6 niños por falta de alimentación y al menos 33% de la población infantil presentan daños irreversibles. La masacre ocurre cada día en Venezuela cuando hay ciudadanos muriendo por escasez de comida o por falta de medicinas; sin duda la culpa la tiene la dictadura genocida que no atiende el deber más sagrado de cualquier gobierno: ¡garantizar el derecho a la vida! Para resolver esto, aunque usted no lo crea, los líderes políticos dijeron que están dispuestos a ir a las primarias presidenciales. ¿Con qué culo se sienta la cucaracha? Vamos a suponer que esto es un paso necesario para tener una ruta de lucha y no de acomodo; no se puede llamar líder a un político que vive “agachao”, mientras su pueblo lucha y muere cada día en las calles.

El régimen tuvo que utilizar 500 hombres, 15 granadas y 20 cohetes para abatir a un hombre que por todos los medios dijo que se entregaba y pidio la presencia de fiscales, medios, etc. Peor aún, el foro Penal denuncia que seis de los 7 ajusticiados fueron asesinados con un tiro en la cabeza. ¿cómo se justifica semejante masacre? ¿como pudieron asesinar a una mujer embarazada indefensa? ¿por que demolieron su vivienda? Óscar dijo “estamos negociando… No queremos hacer frente a los funcionarios”, pero al régimen le importo un cipote respetar la vida de los venezolanos y prefirieron masacrarlos para que jamás hablaran. Ahora está en todos nosotros que su voz jamás se apague.

En el operativo contra Óscar Pérez no solo se ignoraron normas constitucionales, sino varios tratados internacionales: el Derecho Humanitario Internacional, se violó la Convención Americana de Derechos Humanos, los cuatro convenios de Ginebra, los Principios Básicos de Naciones Unidas sobre el empleo de la fuerza y de armas de fuego por parte de funcionarios encargados de hacer cumplir la ley, etc. ¡Fue una masacre, con ensañamiento, con maldad, con CHAVISMO! Así mismo el régimen nos masacra en las protestas y esto ya es inadmisible, insoportable, imperdonable. ¡YA BASTA!

Bassil, Redman, Génesis, Mónica, Geraldine, Daniel, Pernalete, Jairo, Neomar, Calderón, Diego, Paúl, etc, etc, son tantos, demasiados, los héroes que ahora son mártires ... y solo querían una mejor Venezuela. Aunque el régimen intentó callarlos, sus voces nos retumban en cada estómago vacío, en cada enfermo sufriendo, en cada desterrado. Todos los héroes gritan al unísono el mensaje que Óscar Pérez nos dejo: “le quiero pedir a Venezuela que no desfallezca, que luche, que salgan a las calles, ya es hora de que seamos libres y solo ustedes tienen el poder ahora y los amo con toda el alma y con todo el Corazón”.

El grito de los muertos debe vivir en cada uno de nosotros... no podemos permitir que su vida haya sido en vano, ni que su lucha sea un desperdicio, ni que su muerte caiga en el olvido. Con tantos libertadores que han salido a las calles por el resto de los venezolanos con el fuerte mensaje de “la lucha de unos pocos, vale por la libertad de muchos”. Ahora es la hora de cambiar la apatía: la lucha de todos, vale nuestra libertad, todos juntos, somos uno.

Se debería hacer una procesión por todos los masacrados, debería ser un día que toda Venezuela salga a las calles... hay que enterrar la dictadura de una vez por todas. ¡Larga vida a Óscar Pérez, muerte al chavismo! Como dice el Obispo Ovidio Perez Morales a toda Venezuela: “¡Despierta y reacciona!, es el momento”.


Es el grito de los libertadores, de los jóvenes próceres que están luchando por nuestra independencia del yugo castrista, un grito que sale del alma, es el grito de los héroes muertos: “Venezuela, los necesitamos,... por favor salgan”. ¡Calle y lucha!

jueves, 18 de enero de 2018

Es el apice del iceberg

Decía el brillante novelista alemán Goethe que “el cobarde sólo amenaza cuando está a salvo”.

El desenlace que ha tenido el caso del piloto Oscar Pérez nos revela a los venezolanos hasta dónde está dispuesto a llegar este régimen dictatorial para mantenerse en el poder. Le dice al mundo que para estos siniestros personajes que han secuestrado a Venezuela, no existen límites éticos o legales.
Que quien piense distinto o actúe diferente a como se ordena desde el poder, está condenado a priori.

Es un régimen que pretende sembrar el terror en un país geopolíticamente clave del hemisferio occidental en pleno Siglo XXI. Insólito.

A veces las formas nos distorsionan el fondo. No nos permiten ver la esencia de las cosas. Nos hacen perder las perspectivas. Oscar Pérez tuvo sus formas. Mucha gente lo juzgó en base a ellas. Mucha gente no creyó en sus acciones. Mucha gente lo asumió como una nueva maniobra de este régimen perverso.

Es comprensible. Nos han acostumbrado a no creer en nada ni en nadie.

Pero lo que va apareciendo es que el fondo de la lucha de Oscar Pérez no difiere del de la mayoría de los que nos oponemos a que la pesadilla venezolana continúe. La ejecución criminal en vivo, de Oscar Pérez y su grupo, constatablemente dispuestos a rendirse, nos da una idea de hasta donde está inclinado este régimen a jugar este juego. Ya sabíamos que eran capaces de mucho. Pero lo de ahora nos habla acerca de la profunda maldad que los envuelve. Y también el profundo miedo a no “quedar a salvo”, como decía Goethe. La manifiesta cobardía.

Adicionalmente, este terrible acontecimiento nos permite aclarar lo que ya sospechábamos: que casos como los de los crímenes de Danilo Anderson, Robert Serra, Otayza y otros, tanto de su lado como del nuestro, están lejos de ser casualidades.

Que los 140 asesinados vilmente en las manifestaciones del 2017 no fueron producto solamente de simples decisiones unipersonales de quienes las cometieron, sino de una política de Estado.

Que el régimen venezolano se apoya en grupos del hampa organizada para ejecutar acciones en contra de la disidencia política.

Este caso, sumado a las graves amenazas de Maduro a obispos venezolanos por expresar pública y valientemente verdades inocultables, obliga a revisar el tablero en términos de derechos humanos.

Específicamente, sería impensable que no tuviera incidencia en la reunión de la mesa de negociación de este 18 de Enero.

En Venezuela está en marcha una política de exterminio.

Exterminio hacia quien no se arrodille ante este régimen. Exterminio de instituciones. Exterminio de empresas privadas. Exterminio por hambre. Exterminio por enfermedades. Exterminio de ideas. Exterminio de valores. Esto no es mas que el apice del iceberg.

Me pregunto ¿Tendremos el coraje de apartar el miedo y seguir adelante?

Masacre en el Junquito

Contra Óscar Pérez el régimen cometió un asesinato. Violó el derecho humano fundamental: el derecho a la vida.La responsabilidad básica del crimen la asumió Nicolás Maduro, con el fin de quitarles el protagonismo de la operación a Diosdado Cabello y a Freddy Bernal, quienes al comenzar a circular las primeras informaciones de lo que ocurría en El Junquito, se mostraron como los artífices del ataque. De nuevo Maduro pone a Cabello en el lugar subordinado donde quiere mantenerlo.

La reacción del gobierno fue confusa al comienzo y cínica luego. Al principio parecía que no se hubiese enterado de la existencia de internet, de los teléfonos inteligentes y de las distintas redes que han convertido a los usuarios en reporteros y protagonistas de la noticia. Pérez fue describiendo a lo largo del asedio cómo la policía los atacaba, sin tomar en cuenta los llamados del grupo para deponer las armas y entregarse. Las primeras versiones del gobierno apuntaron a señalar que Pérez se había negado a negociar abriendo fuego contra los agentes que le habían propuesto rendirse. Cuando la patraña se hizo insostenible debido a la amplia difusión alcanzada por los videos grabados por Pérez, optaron por adoptar una estrategia más agresiva. Los voceros del régimen pasaron a hablar de la “célula terrorista” descubierta y desmantelada por la revolución en defensa de las legítimas instituciones de la República. Más tarde, como había que implicar a la MUD de cualquier manera, Néstor Reverol señaló que la ubicación del grupo había salido de una delación del equipo negociador que asiste a Dominicana. Calumniador y desvergonzado, el hombre. Ni siquiera tuvo el gesto de darles los créditos a los cuerpos de inteligencia del Estado.

Maduro, repito, asumió la responsabilidad de haber ordenado la matanza. El heredero de Hugo Chávez decidió aplicar la pena de muerte aunque la aventura de Óscar Pérez se encontraba a años luz del delito perpetrado por los conjurados del 4-F, cuyo jefe más visible fue el mentor del actual Presidente.

 La democracia se comportó frente a los conjurados de aquella fecha con una benevolencia que hoy luce ingenua. A los alzados se les respetaron todos sus derechos y se le agregaron otros no contemplados en ningún código, a pesar de haber provocado la muerte de varias centenas de jóvenes soldados, quienes siguieron las órdenes de sus irresponsables comandantes. En cambio a Pérez y sus acompañantes se les masacró sin contemplaciones de ningún género. La Constitución, tan maltratada por sus redactores, fue de nuevo violada, esta vez acompañada de sangre. Maduro, el responsable, pretende enjuiciar a los obispos de Barquisimeto y San Felipe, quienes con sus homilías del fin de semana pasado no hirieron a nadie, solo lastimaron la sensible piel del gobernante. ¡Qué desproporción!


Al sitio donde estaba ejecutándose la labor de exterminio no dejaron entrar ningún periodista, ni se encontraba presente ningún fiscal del Ministerio Público o de la Defensoría del Pueblo, pero sí se hallaban grupos civiles paramilitares. Al parecer el Fiscal y el Defensor tenían algo más importante que hacer ese día, por eso se desentendieron de resguardar la vida de unos venezolanos sitiados y condenados a muerte por los organismos de seguridad. Tarek William, por cierto, se ufana de ser uno de los redactores del extenso capítulo de la Carta Magna dedicado a la protección de los derechos humanos. Parece que su sometimiento total a los designios de Maduro le hizo perder la memoria, y la lengua, porque hasta ahora no ha dicho ni pío sobre el acribillamiento. El colectivo “Tres raíces”, cuyo jefe era Henker Vásquez, actuó en coordinación con los cuerpos policiales. Esta acción se encuentra totalmente fuera de la ley. El uso de la violencia y las armas está exclusivamente reservado a los órganos competentes del Estado. El operativo mostró la asociación entre grupos irregulares civiles y policías. Ya no se saben dónde están las fronteras entre unos y otros. Esta es una de las características de los Estados forajidos. El silencio cómplice de la FAN es escandaloso.

El crimen de El Junquito forma una pieza más del expediente que se le levanta a Maduro. Su costo político puede ser elevado. En el plano internacional, la condena ha sido unánime. Hasta los defensores del régimen han tenido la decencia de guardar un discreto silencio. Human Right Watch y la Unión Europea lo repudiaron de forma terminante. Ahora, cuando el régimen busca auxilio financiero internacional y se desarrolla el ciclo de negociaciones en República Dominicana, esa operación de exterminio alertó de nuevo a una comunidad que proscribe cada vez más a Maduro.

El mandatario con su decisión le envió un mensaje claro a toda la oposición: será aplastada si se opone a la hegemonía madurista. En contrapartida, sin proponérselo, sentó las bases de un mito. Óscar Pérez, a pesar de haberse equivocado en sus métodos, se convertirá en un símbolo de valentía y resistencia. Y a los valientes, con un programa y una estrategia, queda un duro camino por transitar, pero me pregunto " Estamos dispuestos los Venezolanos a transitarlo?"