martes, 29 de enero de 2019

El Pasado Chavista-Madurista y el Futuro con Guaido.

Maduro no es Maduro. Es Cuba. Lo puso Cuba en el cargo que ahora usurpa. Lo maneja Cuba a su antojo, como su títere. Es el monigote de Cuba. El no piensa, sino ejecuta las órdenes que recibe de Cuba. Su jefe es Raúl, heredero de su hermano Fidel.

Los anillos de seguridad de Maduro son cubanos. Tienen el encargo de cuidarlo de los venezolanos, porque los cubanos saben que los venezolanos no lo quieren. Pero los cubanos puestos para cuidarlo también tienen órdenes de ejecutarlo si traiciona a los cubanos desobedeciéndolos.

Así Maduro no puede rendirse sin permiso de los cubanos. No puede escapar tomando un avión sin permiso de los cubanos. Apenas haga un movimiento sospechoso para los cubanos, los anillos de seguridad procederán por instrucciones de La Habana.

Los que conozcan la historia de los cubanos de Castro saben que Maduro está bajo su vigilancia más estrecha. Su caso es semejante al que le vende su alma al diablo. No tiene escapatoria. Y Maduro le vendió su alma a Satanás, que es la Cuba de los Castro. Y Satanás dispondrá de él si lo traiciona desobedeciéndolo.

Entendamos entonces que estamos luchando contra Satanás (Cuba), siendo Maduro apenas su títere. Y acabar con la tiranía de Maduro será vencer a Satanás (Cuba) echándolo de Venezuela.

Repudiado por buena parte de los venezolanos, señalado como un dictador por un amplio número de Gobiernos y probadamente incapaz de sacar a su país del atolladero económico, el sucesor de Hugo Chávez hace caso omiso a todas las señales. Maduro se atornilla al poder más para salvar a una cúpula que para buscar el beneficio de más de 30 millones de personas.
Cree que si permanece en la silla presidencial los venezolanos terminarán por cansarse y ese agotamiento, unido a los golpes represivos, aplacarán las protestas populares que han sacudido el país suramericano en los últimos días. Está jugando la carta de no aceptar que su tiempo pasó y de enseñar los dientes a todo aquel que le hable de quitarse del medio, convocar elecciones o asilarse.

En parte, se agarra a la silla presidencial para evitar el proceso judicial que le aguarda por saquear a una de las naciones más ricas del mundo, por haber empujado a cientos de miles de venezolanos al exilio y ordenado que los cuerpos armados apunten sus armas contra la gente común. Pero al intentar demorar el tribunal de los hombres, Maduro deja al chavismo sin posibilidad alguna de salir airoso del tribunal de la historia.

Cada día que se mantiene en el puesto de mandatario, que usurpó tras unas elecciones plagadas de irregularidades, destroza lo que aún pudiera quedar en el imaginario colectivo del legado de su antecesor. Ni los opositores ni los Gobiernos de derecha de la región han sido tan efectivos como Maduro en desmontar el mito de Hugo Chávez.


No en balde, en la segunda noche de protestas de este enero convulso, en San Félix, estado de Bolívar, los manifestantes prendieron fuego a la estatua de aquel comandante del Batallón de Paracaidistas que se instaló en Miraflores. Esas llamas iban dirigidas a todo el mito chavista que a finales del siglo pasado colocó los primeros barrotes de la jaula que hoy Maduro intenta mantener cerrada.

Al proclamarse presidente interino, el joven político Juan Guaidó no solo ha logrado llevar el tema venezolano al centro de la atención internacional, sino que ha puesto frente al espejo a todos aquellos que apoyaron las excentricidades de aquel militar que cantaba en los discursos y se creía una reencarnación de Simón Bolívar. No pocos de aquellos fervientes seguidores se han apresurado a entonar un tardío mea culpa por estos días.

Nicolás Maduro es hoy el principal enterrador del chavismo, el más efectivo recurso para desmontar todo un sistema que en sus inicios arrancó aplausos de millones de seguidores por todo el planeta.

Sin embargo, junto a ese funeral ideológico, cada jornada en que el gobernante venezolano se mantiene al mando, la tragedia del país se ahonda. Hasta el jueves pasado, la organización no gubernamental Observatorio Venezolano de Conflictividad Social (OVCS) cifraba en 26 el total de muertes ocurridas en medio de las protestas contra Maduro. La economía está paralizada y por las fronteras siguen escapando miles de ciudadanos cada día.

La testarudez de un puñado de boliburgueses ha extendido la incertidumbre de hacia dónde se dirige el país y avivado los fantasmas de un baño de sangre. El respaldo que les ha dado la cúpula militar podría acercar ese cruento escenario, porque -como todos los populistas- prefieren arrastrar en su caída al país que una vez dijo representar antes que reconocer que fallaron.

Corresponde a la comunidad internacional garantizar que en ese abismo histórico por el que se está despeñando Nicolás Maduro solo haya espacio para la camarilla que gobierna Venezuela y para el autoritario chavismo que la encumbró.

El futuro no se construye por decreto. Tampoco bastan los buenos pensamientos, útiles para visualizar lo que queremos, pero no para concretarlos. El futuro se construye desde el presente, trabajando día a día sin descanso. Hay que dejar de lado el pasado y no confundir la experiencia adquirida con lo que debemos hacer. Esa experiencia no sirve para mucho en términos concretos, aunque es útil ya que desarrolla sabiamente el olfato y la visión. No es poca cosa sobre todo en tiempos confusos y muy convulsionados como es el caso de la Venezuela actual.

A la Comunidad Internacional, antes y ahora, le cuesta mucho entender la realidad venezolana. También a los compatriotas dentro y fuera del país. Sin embargo todos, los de adentro y los del exterior, aspiran un cambio profundo que permita la institucionalidad del país sobre la base de un régimen político y jurídico sabio y estable en el cual los alcances del ejercicio de la Libertad responsable, de la separación de los poderes y la definición de las funciones del Estado como representante de la Nación y no como su dueño, estén perfectamente determinadas. El pluralismo y los demás elementos característicos de la democracia vienen por añadidura.

Estos son los aspectos fundamentales de cuanto aspiramos y por los cuales trabajamos sin descanso. El triunfo se alcanzará cuando queden de lado las aspiraciones sectarias personales o de grupo, la ideologización abierta o encubierta orientada por un socialismo decadente o por un comunismo a la cubana que nos ha llevado a la tragedia actual. Frente a estos peligros debemos estar alerta, sin concesiones de ninguna naturaleza.

Progresivamente Juan Guaidò, en ejercicio de la Presidencia provisional que ejerce por mandato constitucional, recibe el apoyo de la casi totalidad del mundo entero y la comprensión y respaldo de la Nación como expresión de la inmensa mayoría que rechaza definitivamente la presencia de Maduro a la cabeza del Poder Ejecutivo, Lo está haciendo bien y merece el respaldo activo de todos.

Es mi humilde opinion desde el Exhilio...

Hasta ahora hay un Guardián de la Constitución

Las realidades, como si estuviesen encadenadas, empujan aceleradamente los escenarios en Venezuela. Es imposible predecir desenlaces, salvo afirmar lo que es evidente e instantáneo, lo que está de manifiesto más allá de lo sacramental.

El pueblo venezolano, sumido en una catástrofe económica y de bienestar, de pérdida de futuro, bajo cifras gravosas y las más gravosas del planeta, sin separaciones políticas o ideológicas –lujos para tiempos de normalidad democrática– reclaman un freno a tanto desatino y maldad. Sufre de hambre de libertad, necesitado del cese de la violencia, de rehacer las columnas desbaratadas de la familia, de tener pan para la boca de los hijos.

Quienes, desde afuera, en las pocas poltronas diplomáticas que se niegan a ver lo palmario y subliman intereses geopolíticos, sin medir alianzas tácitas con el crimen trasnacional –drogas y terrorismo– hay escándalo por no mediar una negociación que zanje el entuerto planteado. Obvian la realidad de un Estado criminal, Venezuela, que ayer controlaba Hugo Chávez Frías y ahora su causahabiente, Nicolás Maduro Moros; motivo por el que unas 26.000 personas mueren cada año, por homicidios, y desde hace 2 décadas.

Lo veraz es que no hay república allí donde desfallece la población por inanición, o donde esta muere a manos de grupos paramilitares armados por el propio detentador del poder de facto. Así de simple.

Algunos escribanos europeos al servicio de este resucitan la lógica decimonónica del colonialismo-imperialismo recreada hasta la caída del Muro de Berlín. Practican la dialéctica del cinismo, pues los presos políticos lanzados desde un edificio por los esbirros del régimen al caer no los mancha con la sangre, pues se trata de imágenes virtuales, propicias para escribir novelas y venderlas a las editoriales.

A Maduro, con todo y sus falencias, los gobiernos de América Latina –no la Casa Blanca– le regalan un plazo de gracia. Le advierten que es presidente de Venezuela reconocido hasta las 12:00 de la noche del día 9 de enero, cuando llega a término su discutido mandato. Y que el 10 de enero, como constatan desde entonces, amanecería Venezuela sin presidente electo.

De modo que, desde el amanecer del último 10 de enero, ante ese dato irrebatible y no admitiéndose constitucionalmente el vacío de poder, de pleno derecho, conforme incluso a nuestra tradición histórica, la Constitución confía el Poder Ejecutivo, entre tanto, temporalmente, mientras se realizan las elecciones necesarias del presidente de la República, a quien ejerce como cabeza del órgano parlamentario. La Asamblea Nacional, de suyo, es la sede natural de la soberanía popular.

Pocos medios internacionales, además, faltando a los deberes del oficio, hablan de la “autoproclamación” del diputado Juan Guaidó. Le sirven a Maduro, en bandeja de plata, el argumento del “golpe de Estado” en su contra.

La usurpación constitucional, que causa responsabilidad legal en Venezuela, antes bien, tuvo lugar el 10 de enero, al momento en que Maduro endosa, sin títulos, los símbolos del poder; que no lo hacen gobernante –lo ha dicho el joven presidente interino de Venezuela– así duerma con ellos. Es lo previsto por la Constitución.

Obviamente, durante días previos y hasta el 23 de enero pasado, pocos argumentan que el artículo 233 constitucional, ese que obliga a la cabeza de la Asamblea Nacional a cuidar del Poder Ejecutivo hasta que el país se dé un nuevo presidente electo, no alcanza al supuesto ocurrido. No había muerto o enloquecido el presidente electo, ausente al momento de jurar su mandato, sino que, concretamente, no había presidente electo. Mas, olvidan estos lo que es ortodoxia, que las lagunas jurídicas se colman por vía analógica o extensiva aplicándose al caso la norma que más se le aproxime. ¡El derecho, tanto como el poder, no admiten vacíos!

Guaidó, “proclamado” por la Constitución y no “autoproclamado”, es presa de esta como custodio temporal del gobierno. En el día citado, el 23, no hizo más que anunciar que ejercía su competencia desde el 10 pasado, evitando incurrir así en un pecado constitucional tan grave como la usurpación, a saber, la omisión de los deberes constitucionales.

Su línea de acción, anunciada y reiterada, es clara y precisa: (1) cese de la usurpación de Maduro, y (2) ejercicio de la provisionalidad del poder hasta y para la realización de elecciones democráticas.