martes, 24 de julio de 2018

Es tiempo de Cambio

Los que nacimos en democracia nunca pensamos que Venezuela podría pasar de ser del país más estable, respetuoso de los derechos humanos y rico de Latinoamérica, a la acera opuesta. Hace más de 25 años cuando leímos el libro publicado por el IESA “Venezuela una ilusión de armonía” nos preocupamos, pero jamás llegamos a pensar que podríamos vivir unos tiempos como los actuales. Ni siquiera los autores del texto.

Fuimos ejemplo de país democrático. En la vanguardia de nuestro continente, cada 5 años el pueblo eligió a sus presidentes y representantes de manera alternativa, etapa que duró cuarenta años.

Llegamos a ser el suministrador más confiable de petróleo a EEUU; además de estar geográficamente en su área natural de influencia. Tuvimos una moneda de las más fuertes del globo y una inflación siempre manejable. Cuando veíamos la montaña rusa en la que vivían otras economías del hemisferio nos sentíamos unos grandes privilegiados.

Importamos mucho de lo que consumimos, viajamos por el mundo y la frase folclórica del “está barato dame dos” se quedó corta, por lo extendido del boom petrolero del gobierno de Chávez.

Dramático es vernos hoy arruinados. Agobiados por una crisis de servicios de dimensiones descomunales, hiperinflación de pronóstico reservado, hambre, corrupción brutal y destrucción moral sin precedentes. Aislados de una buena parte del mundo y en medio de una situación de pugna con nuestros vecinos. El éxodo de venezolanos al exterior es alarmante.

Muy pocos se dieron cuenta de la pesadilla que se nos venía. Y sucumbimos al ser gobernados por una camarilla trasnochada, pretoriana y primitiva. Que nos ha devuelto a lo más oscuro del siglo XIX. Aquí acabaron con la economía y con la posibilidad de alternancia y salida electoral.

Para colmo no tenemos una oposición acuerpada. Hay que crear una opción que enfrente al gobierno y se gane la opinión pública. Que provoque la división dentro de lo que queda de las instituciones y una transición.

Es tiempo de un gobierno nuevo ante la debacle en que vivimos. De unión y salvación nacional. Es la tarea urgente que tenemos por delante. Venezuela nos necesita. Hay que insistir en apoyar todo aquello que conduzca al cambio.


Bolívar: ¿Traidor a la patria por pedir ayuda extranjera?

Un poco de historia para quienes no lo saben, les invito a leer:

Una tumba, en el cementerio del barrio Guiri Guire de Juan Griego, en la isla de Margarita, mantiene desde hace 199 años los restos mortales de un personaje que, desde el más allá, debe estar revolcándose de la risa cada vez que escucha a Diosdado Cabello o a cualquier otro dirigente del chavismo/madurismo, hablando de invasión extranjera y traición a la patria.

El personaje enterrado en tierras de Nueva Esparta, se llamaba James Towers English, hijo de un rico mercante irlandés, quien nació el 22 de febrero de 1782 en Dublín y fue uno de los casi 6 mil soldados extranjeros que entre 1817 y 1822 se enrolaron en el ejército de Simón Bolívar para contribuir con la liberación de cinco naciones de américa del sur que estaban en manos del imperio español. English era un teniente de caballería que al llegar a Venezuela fue nombrado capitán del primer regimiento de Húsares.

English llegó a tierras venezolanas en diciembre de 1817. Peleó con distinción en la batalla de Ortíz, el 26 de marzo de 1818. Fue ascendido a coronel y nombrado segundo al mando de la guardia de honor Británica. Su jefe era nada más y nada menos que uno de los grandes próceres de nuestra historia: el general Rafael Urdaneta. Su labor fue tan meritoria, que Bolívar ordenó que lo ascendieran a General de Brigada.

El chavismo/madurismo jamás hablará del coronel English. Tampoco le llevará flores a su tumba y mucho menos le rendirá honores. Si lo hicieran, tendrían que meterse la lengua donde no les llega el sol, porque al hacerlo, reconocerían que la independencia de Venezuela y otras cuatro naciones suramericanas, fue posible no solamente al genio militar de Bolívar, sino también, a la ayuda de 5.898 soldados ingleses, irlandeses, norteamericanos y alemanes que pelearon y dieron su vida en Carabobo, Boyacá, Ayacucho y muchas otras tantas batallas para que esta nación pudiera declararse libre y soberana.

Hace unas pocas semanas atrás, el presidente de la ilegal y fraudulenta Asamblea Nacional Constituyente, Diosdado Cabello, anunció que esa instancia se encuentra estudiando la posibilidad de aprobar una Ley para castigar a quienes llamó “traidores a la Patria”. Según Cabello, quienes sean declarados como tal, “serán tratados como enemigos del pueblo, ya que sus acciones solo buscan desestabilizar al país”.

Cabello hizo una advertencia a todos los venezolanos que han solicitado ayuda extranjera para resolver la grave crisis de Venezuela: “Señores vende patria ruéguenle a Dios o a quien ustedes quieran que nunca nadie intente invadir esta tierra, porque los vende patria, los traidores a la patria serán tratados como enemigos del pueblo”.

El presidente de la ANC dijo que todos conocen quienes han sido las personas que tomaron la decisión de “traicionar a la patria”. En su opinión, los traidores a la patria son quienes han salido en búsqueda de una intervención extranjera y amenazó con que no se tendrá “piedad” con ellos. Es importante señalar aquí que, oficialmente, ninguna organización política ha solicitado, al menos no abiertamente, una “invasión militar extranjera” a Venezuela. Lo que sí se ha planteado, y lo ha hecho mucha gente, es una intervención humanitaria, la cual consiste, en la apertura de un canal para que puedan ingresar al país alimentos y medicinas para los enfermos.

Pero tal parece que para algunos dirigentes oficialistas, intervención humanitaria e intervención militar son la misma cosa. La dictadura está tan nerviosa que confunde ayuda humanitaria con invasión militar. Desde esa óptica, todo el que solicite la apertura de un canal humanitario podría ser considerado un traidor a la patria.

Por eso es muy importante aclarar a Diosdado Cabello, o a cualquier otro dirigente del chavismo/madurismo, que solicitar ayuda a la comunidad internacional para lograr la libertad de Venezuela no es traición a la patria. Si fuera así, el primer gran traidor sería nuestro libertador Simón Bolívar, quien como es bien sabido, viajó a Londres, Inglaterra, el 30 de junio de 1810, junto con Luis López Méndez y Andrés Bello, a buscar armas, barcos y soldados para poder llevar a cabo la lucha por la independencia de cinco naciones suramericanas que estaban sometidas por el reino de España.

Esa es la parte de la historia de Venezuela que no le agrada mucho a los chavistas/maduristas: Bolívar, el libertador, el hombre en cuyo nombre se bautizó la revolución socialista que se instauró en este país desde 1999, y cuyo pensamiento sirve como arma de propaganda al gobierno revolucionario que comenzó Hugo Chávez y que continuó Nicolás Maduro, necesitó la ayuda de soldados ingleses, irlandeses, norteamericanos y alemanes para poder ganar las batallas que permitieron conquistar nuestra independencia y libertad.

¿A quién se le ocurriría en este momento decir que Bolívar fue un traidor a la patria por buscar ayuda extranjera para liberar a su pueblo entre 1817 y 1822? Y si la conclusión es que Bolívar no fue un traidor a la patria, ¿Por qué razón han de ser traidores a la patria quienes en 2018 buscan ansiosamente la misma ayuda internacional?

Con toda seguridad, hay muchos revolucionaros y socialistas que no saben que entre 1817 y 1822 operó en Venezuela lo que se conoció como la Legión Británica, un grupo de voluntarios extranjeros, que formaron unidades militares para luchar bajo el mando del general Simón Bolívar en la guerra de independencia de Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia.

La legión británica estaba integrada por centenares de soldados y oficiales voluntarios de Inglaterra, Escocia e Irlanda, los cuales se unieron a las fuerzas patriotas y contribuyeron enormemente a la causa republicana. La mayoría de los hombres que vinieron a luchar a estas tierras lo hicieron porque estaban desempleados y con problemas económicos en su respectivos países. Aquí les ofrecieron muy buena paga y reconocimiento a sus méritos militares y no lo pensaron dos veces.

Bolívar buscó en Europa oficiales con experiencia en el adiestramiento de tropas y en el campo de batalla para el objetivo que se buscaba: ganar la guerra. Fue así como entre 1817 y 1822, desde los puertos de Inglaterra partieron alrededor de seis mil hombres en aproximadamente 53 naves, en expediciones destinadas a brindar apoyo a la causa independentista de suramérica. Del enorme contingente de viajeros, unos cinco mil trescientos eran soldados veteranos del Reino Unido, Irlanda, y alemanes al servicio de Inglaterra.

El responsable del reclutamiento de los voluntarios en Londres fue el venezolano Luis López Méndez, exiliado en Inglaterra, quien fue el encargado de atraer militares voluntarios utilizando toda clase de mecanismos propagandísticos y diplomáticos. Ofreció remuneraciones económicas, grados militares suplementarios y tierras fértiles para quien quisiera enrolarse en tan lejana aventura. López Méndez y Andrés Bello permanecieron en Londres gestionando todo tipo de apoyo institucional además del suministro de insumos y material de guerra para la independencia de Venezuela y la Nueva Granada.

López Méndez contrató a mercenarios europeos en su mayoría británicos y alemanes veteranos de las guerras napoleónicas. Su labor fue tan importante, que Bolívar lo llamó: “el verdadero libertador de Colombia”. López llevó a cabo su misión en medio de grandes dificultades. El Estado naciente de Venezuela no le daba apoyo económico ni información necesaria para llevar a cabo su trabajo, y por si eso fuera poco, el gobierno británico no lo terminaba de reconocer como embajador por su alianza con España. Incluso tuvo que padecer prisión por las deudas que adquirió.

Las llamadas Legiones Británicas formaron una parte importante del ejército de Bolívar, quien las acreditó en la batalla de Boyacá, proclamando que “esos soldados liberadores son los hombres que merecen estos laureles”, y en la batalla de Carabobo donde los describió como “los Salvadores de mi Nación”. En Angostura, Simón Bolívar incluyó a la Legión Británica en la fuerza que debía acompañarlo durante la campaña libertadora de Nueva Granada.

De acuerdo con las cifras suministradas por el coronel Guillermo Plazas Olarte, a las costas venezolanas llegaron en seis expediciones extranjeras, entre 1817 y 1819, un total de 5.808 soldados.

En 1819, el coronel James English, muerto y enterrado en la isla de Margarita, reclutó en Inglaterra 1.200 soldados que se encontraban a medio sueldo y que habían pertenecido al ejército de ocupación en Bélgica y Francia. El coronel Strenowitz, junto con López Méndez, reclutaron en Bruselas a un grupo de 300 hombres que llegaron a las Guyanas. El general John Dévereux, comisionado por Bolívar, llegó con seis buques cargados con 1.729 soldados desde Liverpool y Dublín.

El Coronel Gustavus Hippisley llegó en un barco con 720 soldados; el coronel Elson llegó con 572 soldados; el general Mac Gregor llegó con 600 soldados; el coronel Mecceroni vino con 300 soldados; el coronel Ferms llegó con 250 hombres; y el coronel James Rooke, quien es considerado un héroe en Colombia, llegó con 200 hombres. En total, llegaron a tierras venezolanas entre 5.800 y 6.000 soldados y oficiales extranjeros a luchar por la causa independentista. Todos bajos las órdenes de Simón Bolívar. Eso fue mucho más que una ayuda humanitaria. Fue una ayuda militar extranjera para derrotar a otra fuerza militar extranjera (el ejército realista) que se había apoderado de Venezuela mediante el uso de la fuerza bruta.

¿Qué habría ocurrido si Bolívar no se empeña en traer a esos casi 6 mil soldados extranjeros para que lo acompañaran a librar las duras batallas contra las fuerzas realistas? Muy simple: habría perdido la guerra. Verbigracia: entre 1817 y 1822, la ayuda extranjera, tan odiada por los pseudo revolucionarios y bolivarianos que nos mal gobiernan desde 1999 hasta nuestros días, hizo posible la libertad de Venezuela hace 200 años. ¿Por qué no puede ocurrir lo mismo hoy día?

En mayo de 1817, James Towers English, el irlandés enterrado en Juan Griego, se entrevistó con Luis López Méndez, el representante de Bolívar en Londres. En mayo de 1818, firmó un contrato con el gobierno patriota para reclutar y equipar una fuerza británica de más de 1000 hombres, los cuales zarparon durante los siguientes meses y llegaron a las costas de Margarita con una sola misión: liberar a Venezuela y a la Nueva Granada. English fue nombrado general de brigada y le fue dado el comando de todos los soldados extranjeros. Luchó al lado del general Rafael Urdaneta y de acuerdo con algunos historiadores, rescató al general José Antonio Páez, cuando en pleno campo de batalla sufrió un ataque de epilepsia.

English fue herido en el campo de batalla. Se retiró a la isla de Margarita donde murió enfermo de fiebre amarilla y fue enterrado en el cementerio que queda en el barrio Guiri Guire frente a Juan Griego. La tumba del coronel English en Margarita tiene una lápida en la que se lee textualmente: “Aquí yacen los restos del general de Brigada James Tower English, expedicionario inglés, quien falleció el 19 de septiembre de 1819 al servicio de la independencia de Venezuela”.

Doscientos años después, todo parece indicar que los venezolanos necesitamos, una vez más, la ayuda de muchos James Towers English para recuperar nuevamente nuestra independencia y nuestra libertad. Como lo hizo el Libertador entre 1817 y 1819, en el 2018 invocamos con urgencia la ayuda humanitaria extranjera para derrotar a la dictadura y a los ejércitos extranjeros de Cuba, Rusia, China, Hezbollah, las Farc y el ELN que se han apoderado de Venezuela. Y eso, no es traición a la patria. Sino pregúntenle a Bolívar.



lunes, 23 de julio de 2018

Dictaduras post-moderna





Suele suceder que para entender las venturas del presente sea cada cierto tiempo necesario reubicarlo en contextos macro-históricos, de la misma manera como para entender la macro-historia hay que saber leer en los signos del día. Vivir el presente como historia y leer el pasado como presente -recomendaba el historiador Ferdinand Braudel- ayuda a entender porque la filosofía ontológica sugiere que el pasado no sólo existe en el pasado (como algo cronológicamente superado) sino que acompaña e interfiere el presente de modo contínuo y pertinaz. O en expresión más radical: vivimos a cuenta del pasado. Por una parte, el futuro porque es futuro, no ha sucedido, y el presente no es más que mediación entre un pasado que ya existió y el futuro que no conocemos. Disquisición no ociosa si pensamos que la América Latina de nuestros días está marcada no sólo por acontecimientos sino también por tantos traumas históricos.

Luego, si fuese necesario reconocer en un marco de reproducción ampliada las líneas fundamentales de la historia política latinoamericana, podríamos distinguir, entre otras menores que aparecen y desaparecen, tres de larga trayectoria y duración. Ellas son la línea dictatorial, la línea revolucionaria y la línea democrática. Esas, a las que llamaré: las tres dimensiones de la historia política del continente, como ocurre en toda realidad tridimensional, no se presentan de modo paralelo sino cruzándose, uniéndose en algunos momentos, separándose en otros, y casi siempre, interfiriéndose entre sí en el curso de su tormentoso recorrido.

En el presente artículo –una parte de un breve ensayo que estoy preparando bajo el título “dictaduras, revoluciones y democracias”- me ocuparé sólo de la primera dimensión: la dictatorial.
La dimensión dictatorial puede ser llamada también militarista, pues no hay dictadura que no sea militar o que no se apoye en ejércitos. Una dictadura sin ejército es un contrasentido.

Triste es decirlo, pero la franja más ancha de la historia política de América Latina ha sido la de las dictaduras, o si se quiere plantear al revés: la de las luchas en contra de las dictaduras. Casi podría afirmarse que la dictadura fue en el pasado la “forma natural” de gobierno y esa es la gran diferencia que separa a la historia de la América del Norte de la de América del Sur. De tal modo que las luchas democráticas de la región han sido también en contra de su propio pasado, luchas que continúan hasta nuestros días frente esos persistentes proyectos militaristas que, como asegura el tango, son como un “encuentro con el pasado que vuelve a enfrentarse con mi vida” (“Volver”)

Y bien; a lo largo de la historia latinoamericana es posible encontrar diversas formas de dictadura militar, formas que en cierto modo son correspondientes con determinadas fases del curso histórico latinoamericano. Sin ninguna pretensión tipológica, y sólo para simplificar el marco de la exposición, podríamos distinguir tres formas predominantes –lo que no quiere decir que no existan otras de menor persistencia- de dominación dictatorial:
· a. La dictadura de tipo oligárquico post-colonial
· b. La dictadura militar de Guerra Fría (o dictadura de seguridad nacional) y
· c. La dictadura militar nacional- populista y/o socialista- nacional.

Las dictaduras oligárquicas –salvo una u otra excepción- marcan la historia del siglo XlX. Esa fue, menos que herencia, el lastre recibido del periodo colonial. Como consecuencias de las feroces guerras de la independencia, valientes y bárbaros generales ocuparon la silla del poder, y en la mayoría de los casos lo hicieron como representantes no sólo de los ejércitos sino de las no muy rancias aristocracias terratenientes desde donde provenían. Esas son “las venas ocultas” de las dictaduras latinoamericanas. De ahí que la mitología “bolivariana” que ensombrece nuestro presente no logra ocultar la nostalgia del estado-militarista del periodo post-colonial: utopía regresiva e inconfesa de tanto líder militar.

De esta manera, en la gran mayoría de las naciones de la región, el Estado surgió del ejército y la nación del Estado el que, en condiciones de guerra abierta y declarada, no podía sino ser un Estado militar, o apoyado en militares. Así se explica por qué la primera revolución social de la era moderna, la mexicana de 1910, tuvo lugar no en contra de un Estado “burgués” sino en contra de un Estado militar- oligárquico. El simbólico Porfirio Diaz, así como muchos de sus epígonos, gobernaba a su nación no como un Presidente, más bien como un patriarca, o lo que es igual, como un gran terrateniente cuya hacienda era el país, tradición que continuó, y nada menos que en nombre de la revolución, Venustiano Carranza (1917-1920).

Más allá de las ideologías, lo que unía a la gran mayoría de los dictadores latinoamericanos hasta nuestros días, fue la alianza entre el ejército y los sectores predominantemente agrarios que ellos representaban en y desde el poder.

Los dictadores latinoamericanos del siglo XlX y primera mitad del XX fueron, casi sin excepción, agraristas. El antagonismo que percibió Domingo Faustino Sarmiento en la Argentina del tirano Juan Manuel de Rozas, a saber, el de civilización contra barbarie, puede desdoblarse en la contradicción que se ha dado entre agrarismo y civilidad urbana, contradicción que, como ha destacado José Luis Romero en su siempre hermoso libro “Las Ciudades y las Ideas”, marca a fuego la historia latinoamericana.

Sucesores del patriarcalismo agrario denunciado por Sarmiento fueron, entre muchos, Alfredo Stroessner en Paraguay (1954-1989) -quien continuó la tradición hiperdictatorial inaugurada por el legenario Doctor Francia- o el “bolivariano” Juan Vicente Gómez de Venezuela (1908-1935). Sobre esas dictaduras patriarcales existe, por lo demás, abundante bibliografía, pero algunos geniales novelistas han captado su sentido más esencial, y eso ha sido así desde “El Señor Presidente” de Miguel Angel Asturias, “Yo, el Supremo” de Augusto Roa Bastos, “El Recurso del Método” de Alejo Carpentier, “El Otoño del Patriarca” de Gabriel García Márquez, hasta llegar a la “Fiesta del Chivo” de Mario Vargas Llosa. Algún día, un gran escritor escribirá una novela sobre Chávez, de eso no cabe duda. Los novelistas han sido muchas veces los vengadores ocultos de la historia.
El siglo XX fue, al igual que el XlX, muy pródigo en la formación de gobiernos dictatoriales. No obstante, desde la segunda mitad del siglo, las dictaduras “clásicas” comienzan poco a poco a cambiar su carácter oligárquico del mismo modo que emerge un nuevo tipo de dictaduras que ya no son típicamente oligárquicas sino, de acuerdo al concepto que popularizó José Comblin, “dictaduras de seguridad nacional”.

En algunos casos, las dictaduras oligárquicas clásicas, sobre todo en América Central, agregaron a su naturaleza oligárquica originaria (Somoza, Trujillo) la función de la seguridad nacional anticomunista. Esa tendencia fue representada, por ejemplo, en el primer gobierno de Hugo Banzer en Bolivia (1971-1978) y en su forma más pura en la terrible pero breve dictadura de José Efraín Ríos Montt en Guatemala (1982-1983). En otros casos, sobre todo en el Cono Sur, apareció un nuevo tipo de dictaduras no esencialmente oligárquicas ni agraristas cuya función originaria fue detener “el avance del comunismo” en contra de frentes políticos sociales (Unidad Popular chilena, Frente Amplio uruguayo) los que, de acuerdo a la doctrina kissengeriana, podían portar la posibilidad de una “segunda Cuba” que facilitara la entrada del imperio soviético en la región. Por esa razón tales dictaduras son también llamadas dictaduras de Guerra Fría y dentro de ellas, las más emblemáticas fueron las dictaduras de Pinochet en Chile y de Videla en Argentina.

Interesante es constatar que las dictaduras –anticomunistas y modernizadoras a la vez- tuvieron lejanas precursoras en la Venezuela del “bolivariano” Marcos Pérez Jimenez (1952-1958) y en la Colombia de Gustavo Rojas Pinilla (1953-1957). Es por eso que la mirada del historiador debe considerar que lo que en determinadas ocasiones aparece como un hecho aislado, puede ser el anuncio de un nuevo contexto histórico, del mismo modo que la aparición de una estrella errante puede ser el anuncio de una constelación no divisada.

Interesante es también constatar que a diferencia de las dictaduras patriarcales y agraristas las dictaduras de “seguridad nacional” se hicieron co-partícipes de proyectos empresariales cuyo objetivo era modernizar las economías nacionales, abriendo las fronteras económicas en un plan bautizado despué como “neo- liberal”, plan destinado a reemplazar la llamada “sustitución de importaciones” (de origen desarrollista y “cepalino”) por un proyecto basado en la “diversificación de las exportaciones”.

Los intentos más serios de modernización agroexportadora tuvieron lugar en el Brasil dictatorial de los años sesenta y setenta. Baste recordar que sociólogos de inspiración marxista como Fernando Henrique Cardoso, llegaron a hablarnos durante esos tiempos de una revolución “burguesa” la que ante la ausencia de una burguesía clásica debía ser realizada por una “burguesía en uniforme”. Ruy Mauro Marini –siguiendo los esquemas de André Günder Frank- fue más lejos que Cardoso al desarrollar la teoría del sub-imperialismo brasileño dirigido por un cuarto poder: el militar. En cualquier caso, el proyecto modernizador fue realizado hasta sus últimas y más radicales consecuencias durante la dictadura de Pinochet en Chile cuando comenzó a ponerse en práctica el plan de ajuste tendiente a generar un sistema basado en la diversificación de la exportaciones. No tanto éxito tuvieron los militares argentinos quienes se vieron enfrentados a corporaciones agrarias e industriales, incluso sindicales, muy difíciles de domesticar.

Por último, cabe recordar que a diferencia de la versión “izquierdista” que asigna a estas dictaduras el simple papel de autómatas de los EE UU, ellas gozaron de una autonomía relativa que se expresada incluso en enfrentamientos políticos con los EE UU como ocurrió con la dictadura chilena durante el periodo Carter. Del mismo modo, no está de más recordar que la dictadura del general Videla recibió el apoyo económico y político de la URSS, documentado en textos de la Revista Internacional, en donde se diferenciaba el “fascismo pinochetista” del “progresismo nacionalista” de los militares argentinos. La historia, en fin, es y será más compleja que la historiografía.

En un tercer lugar tenemos que referirnos a las dictaduras militares de tipo populista a las que en otras ocasiones he mencionado bajo el concepto de dictaduras nacionalistas- sociales (a fin de diferenciarlas del nacional- socialismo de tipo europeo). Al hacer esta referencia imagino que más de algún lector ha pensado inmediatamente en el gobierno militar inaugurado por Hugo Chávez. Por eso es importante, antes qdestacar que el gobierno de Chávez estuvo lejos de ser único en su especie.
El gobierno militar chavista representaba la cristalización de una tendencia que ha acompañado, de modo latente, después de modo manifiesto, la historia de la modernidad latinoamericana.

O para decirlo de otro modo: así como la dictadura militar oligárquica corresponde a una alianza entre militares y sectores terratenientes; o así como la dictadura de seguridad nacional realizó en algunos países una alianza con un nuevo sector empresarial exportador, la dictadura militar populista conoce tres momentos. El primer momento se caracteriza por una alianza entre el ejército y masas urbanas y agrarias emergentes, alianza en la cual el Estado militar ocupa el lugar de la absoluta hegemonía. El segundo se caracteriza por la autonomización del Estado militar con respecto a las bases populares que le sirvieron de base. El tercero se caracteriza por la autonomización del caudillo y su camarilla con respecto al propio Ejército.

El gobierno militar chavista representa el entrecruce de dos líneas. Una es la línea populista, la otra es la militarista. Desde comienzos del siglo XX dichas líneas tendieron cada cierto tiempo a juntarse. Momentos efímeros fueron, por ejemplo, el primer gobierno militar- popular de Fulgencio Batista, el que contó con la participación del Partido Comunista de Cuba (1940-1944). Dichos momentos aparentemente fortuitos emergieron después fugazmente en la guerra civil de la república Dominicana en torno al general Francisco Caamaño (1965) o en la Bolivia de Juan José Torres (1970-1971). Pero sin duda, los gobiernos que mejor anunciaron el momento chavista -si se quiere, los grandes profetas del mesianismo político de Chávez- fueron el de Juan Francisco Velasco Alvarado en Perú (1968-1975), el de Omar Torrijos en Panamá (1969-1981), y aunque parezca extraño, el de Alberto Fujimori (1990-2000), otra vez en Perú. En todos esos gobiernos -habría que agregar el de Manuel Antonio Noriega durante sus primeros tiempos (1983-1989) y el mal realizado proyecto de Lucio Gutiérrez en Ecuador (2002-2005)- se anunciaba la utopía de la dictadura militar populista que hoy está cristalizando en Venezuela y, en gran medida en Nicaragua.

Extrañará tal vez que no ubique a la dictadura castrista como precursora del militarismo- populista. La verdad es que la dictadura castrista, quizás por su larguísima duración, es un caso especial de “camaleonismo tipológico”. Emergida de una revolución democrática (antidictatorial) pasó, gracias a su entrega al imperio soviético, a convertirse en la primera dictadura de tipo estalinista del continente. Después de la (auto) destrucción del imperio soviético, adquiere los rasgos típicos de una dictadura socialista-nacional. Eso no impide que Fidel Castro como gobernante hubiera mantenido muchos rasgos típicos de los dictadores patriarcales y agraristas del siglo XlX.

El “aporte” chavista reside en haber unido el destino de su gobierno con la dictadura militar de los Castro, dotar a su jefatura de un rudimentario pero efectivo sistema ideológico de dominación, utilizar un sistema electoral controlado desde el gobierno, ejecutar “golpes desde el Estado” en las zonas que lo adversan, y formar un conglomerado internacional expansionista a través del ALBA, cuya hegemonía reside en el eje Habana-Caracas con muchas ramificaciones en la Nicaragua post-sandinista.

Cabe mencionar que, en lo que se refiere a las dictaduras socialistas-nacionales, o militar-populistas, no existe un concenso unánime de definición entre los llamados cientistas sociales. No son pocos quienes con ciertas razones aducen que estos gobiernos no pueden ser denominados como dictaduras sino simplemente como “gobiernos autoritarios” aunque puedan ser más crueles y arbitrarios que las dictaduras tradicionales. Eso depende, ciertamente, desde que punto de vista argumentamos.
Desde el punto de vista jurídico una dictadura se define por la concentración de los tres poderes del estado en una sola entidad y en ese caso las mencionadas serían, efectivamente, dictaduras. Desde el punto de vista político, sin embargo, la dictadura se define en términos de dominación y hegemonía.

Ahora, la dominación hegemónica a diferencias de la dominación “pura” no se basa solo en relaciones de fuerza sino en la existencia de determinados espacios políticos, entre ellos la existencia de segmentos opositores, si no permitidos, tolerados, así como en eventos electorales sometidos a control estatal. En ese sentido podríamos decir que las neo-dictaduras, o dictaduras de nuevo tipo, pueden ocasionalmente aparecer ocasionalmente como simples democracias deformadas.

Una vez escuché ironizar a un politólogo afirmando que las nuevas eran “dictaduras cuánticas”. La metáfora no es muy desafortunada. Así como en los paquetes cuánticos las partículas elementales aparecen en forma de materia y otra vez en forma de luz dependiendo de la posición del observador, bajo las nuevas dictaduras aparecen ocasionalmente espacios políticos desde donde es posible para la oposición iniciar una lucha por la hegemonía. Esto no es mas que una dictadura post-moderna...

¿A dónde vamos?

Estamos en un momento crucial. Un caos generalizado como consecuencia de una política económica absolutamente extraviada de toda lógica, que avanza como kamikaze a su autodestrucción está acompañada de una demanda y expectativa de liderazgo y conducción política que aún no es cubierta por ningún actor, simplemente porque cada uno por su lado nunca lo podrá lograr.

Y mientras todo esto sucede, los sectores gremiales y sociales de manera decidida afirman estar dispuestos a darlo todo porque "ya no hay nada que perder" o como me dijo ayer Ana Rosario Contreras, dirigente de las enfermeras que hoy son ejemplo de lucha para todo el país: "sé que pueden intentar quebrarme, pero eso no me detendrá porque la lucha es por un país, no es por una persona, mi familia lo sabe."

Sin embargo, la necesidad de articular todas las luchas es urgente. El sector eléctrico con una justa lucha salarial tampoco podrá sólo, si no comprende que el problema de las enfermeras, los médicos, los docentes, los petroleros, se basa exactamente en el mismo elemento: la política económica empobrecedora que sólo alimenta a los corruptos y destruye el aparato productivo que va quedando.

Es el gobierno de Maduro y la kakistocracia madurista la culpable, pero la lucha no sólo es por la salida del gobierno, sino por la necesidad de confiar en una alternativa que dé garantías de que podamos salir de la crisis sin impunidad de los responsables, normalizando la economía.

Es por ello que el medio que se debate hoy para profundizar la lucha reivindicativa para que adquiera sentido político y permita emerger nuevos liderazgos parte de las luchas concretas, que en suma hoy están empujando a un paro de facto de la mayoría de los sectores económicos y sociales del país. Es tan así que la realidad es que ni siquiera hay transporte para que los trabajadores lleguen a sus puestos de trabajo.

Sin embargo, profundizar el paro hoy, con condiciones objetivas pero sin las condiciones subjetivas de quienes tienen en su mano definir este paro a nivel nacional, además de las consecuencias que eso trae, obliga a pensar en un paso previo, una jornada de huelga nacional de 8 horas laborales, acción consagrada como derecho en el artículo 97 de la Constitución, para lo cual se debe generar una urgente consulta de todos los sectores de la vida nacional, y así entiendo que el Frente Amplio Venezuela Libre lo anunciará
.

¿Una jornada de huelga nacional para qué?

A diferencia de la deriva jurídica de una huelga en Venezuela, la huelga es la protesta previa a un paro, aunque en nuestro país el valor de los conceptos está invertido, sin embargo, sin hacer punto de honor conceptual, huelga o paro, hoy el país demanda una acción para la unificación de las fuerzas, para la coordinación de acciones y para la definición de la conducción política en función del restablecimiento de los derechos de los trabajadores y en general para el restablecimiento del orden constitucional.

¿Y el día después qué?

Amaneceremos organizados, más fortalecidos, con un gobierno más debilitado y obligado a ceder, a tener que dar un paso atrás, mientras nuevos sectores políticos, sociales e incluso militares tendrán que pensar cómo integrarse a la lucha. El día después será el primer día de una nueva etapa en la lucha, con la fuerza necesaria para planificar una nueva acción aún más contundente.