domingo, 29 de marzo de 2020

“El mataviejo o Covid-19”



“El mataviejo” decimos para espantar esa nube borrosa de miedo que el coronavirus trae consigo. Para no convertir al miedo en horror. Para no convertir al horror en pánico. Para ridiculizar la amenaza de fin de mundo que la peste posmoderna insinúa. Pero también para desmontar el mito. Ese que nos dice que el coronavirus llegó al mundo para exterminar ancianos. Afirmación que alimenta el periodismo establecido, sugiriendo una utopía negativa, quizás deseada, la de un mundo sin viejos, habitado por gente joven, sana, linda. Pero “el mataviejo” no mata a los viejos.

La verdad sea dicha,covid-19 no mata a nadie. Es solo un acelerador, entre muchos, del proceso natural que lleva a la muerte. Por eso afecta a personas que tienen un bajo sistema defensivo - entre ellos, más viejos que jóvenes - o que arrastran enfermedades crónicas. Eso hace a las personas de edad avanzada (¿existirá una edad atrasada?) más vulnerables. Pero no todos los viejos mueren ni todos los jóvenes se salvan. Dicho en breve, covid-19 no es una enfermedad de y para viejos.

Hay, por cierto, epidemias asociadas a determinadas edades. Que la tos ferina, el sarampión o las paperas, atacan más a niños que a adultos, es cosa sabida. Que el SIDA ataca más a jóvenes y personas de mediana edad es, de por sí, obvio. Que la influenza, el cólera o la malaria atacan a todos por igual, es innegable. También hay - más bien dicho hubo - epidemias adjudicadas a algún estrato social. Por ejemplo, que el tifus fuera predominante entre la población más pobre puede explicarse por el hacinamiento, la ausencia de canalización, las podredumbres, entre otras no tan bellas causas. En los estratos más altos la tuberculosis fue puesta de moda por la onda romántica del siglo XlX. Rostros pálidos a lo Margarita Gautier de Dumas (hijo), jóvenes con ojeras profundas como el Werther de Goethe, seres delgados y sufrientes, con cabellos revueltos por tempestades, en lo alto de montañas como esa donde el enloquecido Nietzsche imaginó a la bella Andrea Lou Salomé besándolo en su boca (algo que Lou Salomé nunca recordó).

No ocurre lo mismo con las pandemias del siglo XX y XXl, entre ellas, la que parece ser más fatal, la del covid-19. El maldito coronario ataca a todos por igual: chinos, negros, blancos, bi y tri-sexuales, sin importar la edad, sin reconocer límites, global, planetario. Un virus igualitario y democrático: no reconoce diferencia de clases, ni de religión, ni de ideologías. Todos, ante su maligna potestad, somos iguales.

“El mataviejo”. ¿De dónde salió esa locura? Como muchas cosas de la vida, nació de una asociación, en muchos casos, involuntaria: la de los viejos y la muerte. Pues se supone que la etapa que sigue a la vejez, es la muerte. Los viejos son vistos entonces como los vecinos de la muerte. O sus parientes más cercanos. Lo que no siempre es cierto. Por una parte, todos los seres, tarde o temprano, mueren.

“Todos los hombres son mortales” según la novela de Simone de Beauvoir quien, cuando llegó la hora de escribir sobre la vejez, o sea, cuando todos esperábamos que su libro “La Vejez” tuviera para los viejos un efecto tan liberador como “El segundo sexo” para las mujeres, nos desilusionó con 600 páginas en donde no hizo más que confirmar prejuicios en contra de la vejez y la muerte. Un libro que es la confesión abierta de su desgarro, de sus dolores personales y, no por último, de su intenso e inocultable miedo a morir. Un libro reaccionario que no debió haber sido escrito jamás. La misma autora que una vez dijo “la mujer no existe, es una invención de los hombres” no se atrevió a decir “la vejez no existe, es una invención de los jóvenes” (o de los que creen serlo). Como si solo los viejos llevaran consigo el estigma de la muerte. Como si desde su nacimiento el humano no fuera más que una isla rodeada de muerte por todos lados. Comprobación que hice de modo fortuito.

Paseando por el cementerio (no es mi paseo preferido pero por razones personales debo hacerlo) y mirando por distracción las lápidas, pude constatar por fechas de nacimiento y defunción, una gran cantidad de muertos jóvenes, algunos muy jóvenes. No pocos murieron por enfermedades, seguro. Pero recordé las estadísticas: “la mayoría de las causas de muerte obedecen a accidentes del tráfico. Y quienes con más riesgo y velocidad conducen, son jóvenes”. Víctimas de una guerra sin enemigos que tiene lugar en todas las calles, día a día. Pero con tantos muertos como en las antiguas guerras.

Los viejos, es lo que quiero decir, son temidos porque revelan la evidencia de la muerte. Y como el temor es hermano del odio, no es raro que muchos jóvenes terminen odiando (temiendo), aún sin darse cuenta, a los viejos. Ahí yace la raíz profunda de la gerontofobia, pandemia global más difícil de desactivar que el racismo, la misoginia y otras patologías colectivas que caracterizan a la condición humana. Y como son patologías arraigadas, salen hacia la superficie cuando las condiciones están dadas. Igual a los virus.

Los dos regímenes totalitarios de la modernidad, el estalinismo y el nazismo, fueron gerontofobos. Solapado el primero en su culto al robusto héroe proletario de la literatura del “realismo socialista”. Más abierto el segundo, lo vinculó incluso con la xenofobia antisemita. Todas las caricaturas de la prensa nazi nos muestran a judíos encorvados, con narices ganchudas, con largas uñas, pero sobre todo viejos, muy viejos. Una raza que moría, en contraste con otra raza, la germana, que con vitalidad atlética se apoderaría de la historia universal. Los viejos en fin, simbolizaban para el nazismo, la decadencia de occidente. Los jóvenes, su futuro luminoso.

Los regímenes totalitarios, sin embargo, no inventaron la gerontofobia. Solo la estimularon. Como hoy ocurre de nuevo gracias al covid-19, presentado en los medios, no sin cierta maldad, como una enfermedad de los viejos. Ha llegado la hora, por lo tanto, en que los viejos debemos pasar a la ofensiva para defendernos del mismo modo como las feministas iniciaron su revolución cultural en contra de los machos y del machismo.

Para comenzar: ¿Quiénes somos los viejos? La respuesta aparentemente tan fácil no es simple. De hecho, hay dos tipos de ancianidad: la biológica y la sociocultural. La primera ha variado a través de la historia. En el siglo XVl, viejos eran los que llegaban, con suerte, a los cuarenta. Después fue a los sesenta, hoy a los setenta, variando de país a país. Se supone que después de esa edad perdemos algunas facultades físicas y eso es innegable.

Muchos de esos llamados viejos han comenzado a levantar voces en contra de la discriminación de la que diariamente son objetos. Porque es muy distinto que alguien te ceda el asiento en el bus, lo que se agradece, a que un pobre infeliz que no te llega ni a los talones, desautorice tu opinión “insultándote” con el epíteto de viejo. A esos desalmados hay que enfrentarlos, estén donde estén y darles duro en el único idioma que conocen, el de su propia ruindad. Más difícil es, sin embargo, enfrentar a otro tipo de discriminación, sutil y más peligrosa. Me refiero a los que ubican a los seres viejos en un determinado rol sociocultural.

Los griegos antiguos por ejemplo, fundaron el llamado “concejo de ancianos” a los que teóricamente los dirigentes de la polis debían recurrir antes de tomar decisiones. Sin embargo, puedo asegurarlo, en ninguna de las grandes decisiones atenienses, los viejos fueron consultados. Los tenían ahí, enclaustrados, como representación simbólica del pasado. Tal vez desde ese tiempo surgió el mito de que los viejos somos portadores de experiencias, de sabiduría y de buen juicio. Radical mentira. Los viejos nos equivocamos tanto como los jóvenes. Hay viejos inteligentes y viejos brutos. Hay viejos buenos y viejos hijos de p... No es cierto que tenemos más experiencia porque cada experiencia es nueva o sino no sería experiencia. En fin, no somos diferentes a los más jóvenes. Solo somos diferentes entre sí.

El cornavirus ha influido en el derrumbe de las economías pues si la gente no puede desempeñar bien sus faenas laborales debido a precauciones y cuarentenas, naturalmente las producciones se resienten. Es una tautología. Pero el problema de fondo en las economías globales no es el coronavirus sino el endeudamiento colosal de los gobiernos que pretenden vivir al día de mañana engrosando sus gastos financiados con deudas astronómicas, impuestos insoportables y manipulaciones monetarias siempre perjudiciales para financiar aparatos estatales elefantiásicos.

Es realmente increíble que aun no se hayan comprendido lecciones elementales de economía. A igualdad de cantidades ofrecidas, cuanto más se necesita un producto mayor será el precio lo cual es indispensable a los efectos de atraer la atención de quienes pueden incrementar la oferta.Esto se repite con los medicamentos: cuando hay una crisis en la salud de la población los distraídos sostienen que los laboratorios farmacéuticos se aprovechan de la situación sin percatarse que más que nunca se hace necesario que los precios se eleven, de lo contrario se condena a la gente a sufrir las consecuencias de la enfermedad. Mismo fenómeno ocurre con los alimentos. No se trata de los deseos de uno o de otro, se trata de un proceso que precisamente apunta a resolver problemas.

Cualquier bien al que se imponga un precio inferior al de mercado hace que oferta y demanda se desequilibren y aparece la escasez del producto en cuestión. Para recurrir al lenguaje común, por supuesto que el verdulero “se aprovecha” del deseo de sus clientes de alimentarse, o el que vende bicicletas “se aprovecha” del deseo de pedalear de sus compradores y así con todo. En un mercado libre, los comerciantes están obligados a atender las necesidades de su prójimo para poder prosperar y los precios no son el resultado del capricho de nadie sino de la situación imperante que hacen de indicador de lo que está sucediendo, no lo que a algún político le gustaría que suceda.

En resumen, los precios son señales indispensables para la marcha de la economía, pero cuanto más delicada sea la situación mayor es la necesidad que operen en libertad. El virus del estatismo empeora cualquier otro virus propiamente dicho pues condena a que se dificulte aun más el combate a la enfermedad al arruinar los procesos económicos. Estos procesos se agravan exponencialmente si se persiste en los anuncios disparatados de “estímulos monetarios” lo cual significa expansión de la base por parte de la llamada autoridad monetaria que en un contexto de retracción por la antedicha menor actividad hará que los estragos inflacionarios resulten más contundentes.

Entonces, una cosa es el cumplimiento de las funciones gubernamentales y otra bien distinta es la enfermedad letal del virus estatista .Recordemos una de las sabias lecciones de Mafalda: “lo único que no tiene garantía cuando se rompe, es la confianza. La principal cosa que no tiene el gobierno o mejor dicho el regimen de Venezuela.







domingo, 22 de marzo de 2020

Venezuela y el Virus

Lo que hoy acorrala al mundo entero, viene pasando en Venezuela desde hace años.

No me digan que “no politicemos este tema”, porque si algún régimen ha sido despiadado a la hora de tratar los asuntos humanitarios, es el que encabeza Nicolás Maduro. Podrían preguntarse ahora ¿cuántos seres humanos murieron como consecuencia de que Maduro y sus mafias impidieron que entraran medicinas y alimentos al territorio nacional, el pasado 23 de febrero de 2919? La respuesta será aterradora. Se cuentan por miles los ciudadanos que han perecido, no por este desgraciado virus que hoy nos azota, sino por cualquier simple enfermedad. Esa es la realidad que no podrá ocultar Maduro con sus poses de buen samaritano, con su desparpajo al momento de encarar esta desgracia que se multiplica en nuestro averiado país.

En Venezuela padecemos al mismo tiempo de varios virus. La fuente madre que se muta desde Cuba es el comunismo. Ese esperpento anacrónico que se pretende seguir vendiendo como la fórmula mágica para producir el clamado bienestar del pueblo. Puras mentiras. Veamos como tienen a los cubanos sumidos en la miseria y aun así, continúan escarbando en las ruinas de esa hermana isla caribeña, para sacar más falsedades con las que deslumbrar a pueblos incautos. Son los expertos en montar tramas sobre consignas e imágenes que se propagan como un contagioso comercial de publicidad. “El hombre nuevo”, “Patria, Socialismo o Muerte”, “La cabeza emboinada del Che”, son parte de esas argucias aliñadas con la más rancia demagogia para llevar adelante su empresa conquistadora. Fue así como se instalaron en Venezuela, nuestro país víctima de esa invasión consentida por las sumisiones traidoras de Hugo Chávez y Maduro.

Los virus que se derivan de esa farsa tienen su mayor explosión en la pobreza. Así vemos a un pueblo como el nuestro, abatido en la desesperación por alimentos, medicinas, servicios de agua potable, luz eléctrica, gas doméstico, transporte público o seguridad personal. Ése es el Corona Virus multiplicado por anticipado. Eso lo viene padeciendo Venezuela y su pueblo desde hace varios años. En nuestra Venezuela desde hace unos lustros mueren mujeres por un cáncer de mamas que bien pudieron haber superado con éxito si hubieran contado con asistencia oportuna. También han muerto miles de compatriotas porque no pudieron acceder a servicios de diálisis y no lograron sobrevivir sus padecimientos renales. Igual mala suerte han tenido los venezolanos que fueron vencidos por la Malaria, el Sarampión, la Difteria o el Dengue. ¿Miento? No, estoy describiendo una absoluta verdad.

El virus de la desnutrición, que produjeron Chávez y Maduro, “tienen contra la pared” a más de 350 mil criaturas. Y en los cementerios, por causa de cualquiera de esos virus que mutaron de Chávez a Maduro, están sepultados más de 339 mil venezolanos. Ese el verdadero virus que debemos vencer en Venezuela, salir de Maduro lo antes posible

El Coronavirus

Diez semanas después de manifestarse en la ciudad industrial de Wuhan, China, el coronavirus —denominado covid-19 por la Organización Mundial de la Salud— se ha convertido en el mayor factor disruptivo de la globalización. El tratamiento para contener el virus ha llevado a los gobiernos a aislar parcial o totalmente las regiones contagiadas.

Ayer, la Universidad Johns Hopkins confirmó la expansión del covid-19 en 153 países con 196.640 casos confirmados. Han muerto 7.893 personas y 80.840 se han curado totalmente.

A la gran fábrica del planeta y la segunda economía más fuerte del mundo (14 billones de dólares) le tomó 3 meses controlar la epidemia. Para lograrlo, el régimen autoritario de China (Partido Comunista) tuvo que adoptar medidas draconianas como la suspensión del libre tránsito de los individuos, el control social a través del manejo de la big data y el diagnóstico masivo de la población.

Las dos primeras medidas condujeron al cierre de los limites fronterizos de los espacios geográficos. En consecuencia, la actividad económica se ha visto impactada. A tal punto que, en el primer trimestre de este año, Bloomberg estima que China tendrá una caída del PIB en 11% con respecto a 2019 —la última vez que el gigante asiático experimentó una contracción económica fue en 1976—. Su nuevo pronóstico es un crecimiento de 1,4% para 2020 con respecto al anterior de 5,2%.

La solución de Pekín a la epidemia del coronavirus ha impactado las cadenas de suministros en todo el mundo. La integración de las grandes empresas con la fabricación en China mostró ser vulnerable. E indicó que la gran ventaja de la producción rápida, barata y eficiente es altamente inestable cuando el suministro de bienes y servicios se interrumpe. Carece de back up para sustituir la caída de la oferta de suministros.

El efecto se observa en el comportamiento de las grandes bolsas de valores. Se han desplomado, indicando que la economía global sufrirá una recesión por primera vez desde la crisis financiera de 2008. Morgan Stanley considera ahora como “caso base” una recesión mundial con una caída del PIB de 0,9% este año. Goldman Sachs pronostica un desplome del crecimiento económico de 1,25%. Y S&P Global espera que la expansión del PIB varíe entre 1% y 1,5% en 2020.

La respuesta de los Bancos Centrales al impacto económico del covid-19 ha sido similar a la de la crisis financiera de 2008: disminución de los intereses y la expansión monetaria cuantitativa. Ante el bajo impacto de estas medidas, los gobiernos del G-7 han propuesto un paquete de estimulo/fiscal para aumentar la demanda. Buscan con todas estas acciones inyectar liquidez en la economía.

La respuesta de Occidente a la expansión del coronavirus a su región es similar a la de China. Se aísla, esperando controlarlo en 3 meses. Por lo que el impacto económico tendrá un desfase de un trimestre con el gigante asiático. La demanda global y las cadenas de suministro mundiales se verán afectadas, tocando de lleno a los exportadores de China este trimestre por la paralización de su economía y en el segundo por la de Estados Unidos, la Unión Europea y Reino Unido.

Es temprano para evaluar el impacto político del manejo del covid-19. Las elecciones más cerca son las de Estados Unidos. La presidencial será el 3 de noviembre. Si se prolonga la medida del aislamiento y la economía estadounidense se contrae en el segundo y tercer trimestre, la reelección de Trump podría estar comprometida. Y es que hasta ahora el factor emocional que más conecta al electorado norteamericano con el candidato republicano es la economía: la tasa de paro es la más baja en medio siglo, los salarios suben, la inflación es baja y la confianza del mercado se mantiene sólida. Además, sería difícil ser el candidato-presidente de una economía en recesión después de haber tenido el récord de 128 meses de expansión.

El efecto del coronavirus es alto en la población, devastador en la economía, expone la globalización, deslegitima al populista y fortalece al autoritario.

La nominacion democrata a un paso de llevarsela Joe Biden

Para los países del hemisferio la campaña electoral de EE.UU es un evento político frente al cual no se puede permanecer indiferente.

EE.UU es la potencia más grande del continente y del mundo, aunque no tenga el poder de otros tiempos. Lo que allí suceda repercutirá tarde o temprano, de una u otra manera, en las relaciones políticas y económicas con sus vecinos más próximos. La política exterior que defina el gobierno norteamericano, cualquiera que sea su orientación, nos debería, entonces, interesar.

Así, pues, las vicisitudes que está viviendo el Partido Demócrata es un tema relevante para cualquier observador. E importa también esa organización porque representa hoy el contrapeso que en la gran democracia estadounidense tiene el gobierno de Donald Trump.

La contienda en el seno de los demócratas para elegir a quien enfrentará a Trump en las elecciones de Noviembre próximo, ha contado en esta ocasión con varios candidatos de pensamiento contrastante muy marcado. Han competido figuras que han manifestado abiertamente ser de inclinación socialista, anticapitalista. Entre estos, Elizabeth Warren y Bernie Sanders, que pueden ubicarse ideológicamente en el ámbito de la izquierda. El último es el que ha podido mantenerse en la contienda, atrayendo jóvenes y votantes de origen latinoamericano, a pesar de que los últimos resultados parecieran apuntar a que no será el abanderado.

Se llegó a pensar que arrollaría a los demás candidatos, visto el respaldo importante que ha logrado en los sectores mencionados. Se creyó que el candidato moderado Joe Biden, habiendo perdido en las primeras de cambio en algunos Estados, sería derrotado inexorablemente por el señor Sanders.

Sin embargo, realizadas las votaciones, en primer lugar, del llamado “super martes”, hemos visto cómo Biden se levanta desde el fondo en que lo colocaban los analistas, y derrota en 9 estados de 14 el hasta ese momento favorito, según la opinión pública.

Luego ocurrieron las elecciones en los estados Missisipi, Misouri, Idaho y el más importante de este grupo, Michigan, ganando Sanders solo Dakota del Norte.

Quedan aun estados muy relevantes. Los industriales Illinois y Ohio, y el muy numeroso en delegados, Florida.

Al declarar Sanders que "aunque nuestra campaña ha ganado el debate ideológico, estamos perdiendo el debate de la elegibilidad", pareciera ya que avizora una derrota. Sus posiciones respecto del régimen castrista cubano le han enajenado el voto entre moderados demócratas que lo vieron inicialmente con simpatía y también entre los de origen latinoamericano.

Se podría decir que Biden tiene casi ya asegurada la nominación de su partido, su apoyo entre los sectores working class y afroamericanos parece asentarse con fuerza.

Le espera una campaña dura frente a un Trump favorito, a quien lo avala una ejecutoria económica positiva.

Por otro lado, en el caso de los venezolanos y su particular y compleja circunstancia, tales acontecimientos políticos estadounidenses conciernen sobremanera. La conducta que asuman los gobernantes del Norte respecto de nuestra crisis es, definitivamente, un aspecto crucial a tomar en cuenta.

Ya sabemos que hay una aproximación de republicanos y demócratas compartida respecto de nuestro drama nacional.

Trump ha sostenido una postura frente a la tiranía venezolana muy firme. Ha sido consecuente con los sectores democráticos venezolanos que luchan por salir de la crisis política y política que nos agobia.

Ya veremos qué nos trae la contienda electoral de finales para los venezolanos.

“El Súper Martes”

Mientras veía el último debate demócrata antes de las primarias del “Súper Martes”, no pude evitar preguntarme por qué la tragedia humanitaria de Venezuela ni siquiera apareció en la discusión. Los precandidatos presidenciales hablaron sobre Israel, Siria, Corea del Norte e incluso sobre la educación en Cuba, pero ni siquiera mencionaron una de las mayores crisis del mundo, que está ocurriendo en su propio vecindario.

Claro que gran parte de la culpa es de los moderadores del debate de la cadena CBS del 25 de febrero, quienes —vergonzosamente— no hicieron ninguna pregunta sobre Venezuela. Y también puede ser que se deba a que el presidente Donald Trump, a pesar de ocasionales eventos de relaciones públicas dirigidos a los votantes cubanoamericanos y venezolanoamericanos de Florida, no ha colocado a Venezuela entre las principales prioridades de la política exterior de Estados Unidos.

Pero el hecho es que los aspirantes presidenciales están ignorando una crisis humanitaria que ha obligado a casi 5 millones de venezolanos a huir de su país en los últimos cinco años, y que ha dejado a 9.3 millones de venezolanos sufriendo hambre o inseguridad alimentaria, según las Naciones Unidas.

Lo que es peor, se han documentado al menos 6,800 muertes sospechosas de opositores en manos de la dictadura del presidente Nicolás Maduro, muchas de ellas ejecuciones extrajudiciales, tan solo desde principios de 2018, según la oficina de la Alta Comisionada de Derechos Humanos de las Naciones Unidas. Eso es comparable a las ejecuciones políticas en el apogeo de las dictaduras militares de derecha de Argentina, Chile o Brasil de los años 70.

Pero no son solo los aspirantes presidenciales estadounidenses los que están ignorando la tragedia de Venezuela. Hay quienes están haciendo cosas aun peores.

El 24 de febrero, el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas con sede en Ginebra —un órgano separado de la Oficina de la Alta Comisionada para los Derechos Humanos de la ONU—, incorporó oficialmente a Venezuela como uno de sus 47 miembros. Sí, leyeron bien, Venezuela se convirtió en miembro de pleno derecho del Consejo de Derechos Humanos de la ONU.

El 18 de febrero, el grupo no gubernamental UN Watch lanzo una petición en el portal de internet Change.org para expulsar a Venezuela del Consejo, que ha recogido 129,000 firmas al momento de escribirse estas líneas. ¡Ojala junte millones de firmas!

Aunque es una batalla diplomática cuesta arriba, técnicamente Venezuela podría ser expulsada del Consejo. Hay precedentes: el Consejo expulsó a Libia durante la dictadura de Muammar Al-Gadafi en 2011, después de una violenta represión contra manifestantes antigubernamentales en el país norafricano.

En algunos casos, la crisis de Venezuela no es solo ignorada, sino incluso trivializada.

El nuevo embajador de Argentina ante la Organización de Estados Americanos, Carlos Raimundi, dijo recientemente que su país tratará las protestas sociales en Venezuela “con el mismo interés” con que tratará las manifestaciones antigubernamentales de Chile. O sea, increiblemente, equiparó la situación de Venezuela con la de Chile.

Lo que dijo el diplomático argentino, que representa a un gobierno que se dice defensor de los derechos humanos, difícilmente podría ser más ridículo.

Chile tiene un presidente elegido democráticamente que, a diferencia de Maduro, no ha sido desconocido por más de 50 países por haberse robado una elección. Chile también tiene un Congreso en pleno funcionamiento y medios de prensa independientes. Venezuela no tiene nada de eso.

Además, Chile no tiene casi 5 millones de exiliados y refugiados. Y las decenas de muertes en las protestas antigubernamentales de Chile en los últimos meses no se acercan ni por asomo a las miles que se han documentado en las manifestaciones contra Maduro en Venezuela.

Y, sin embargo, los nuevos gobiernos de Argentina y México se han acercado recientemente al régimen de Maduro, reconociéndolo como un presidente legítimo.

¡Qué vergüenza! Los crímenes contra la humanidad del régimen de Venezuela deberían ser un tema prioritario para todas las democracias. Caso contrario, morirán miles de venezolanos más, y millones más se verán obligados a huir de Venezuela, creando una crisis migratoria aún mayor en las América

Los males del populismo

Los males del populismo están esparcidos por todos los continentes. Ya no se puede localizar su epicentro en países latinoamericanos, donde décadas atrás, las espadas militaristas se imponían, dando paso en algunos casos, a los caudillos que propugnaban esa perversa manera de entronizarse en el poder.

Si algo ha quedado reconfirmado en esta nueva gira internacional de Juan Guaidó, es que Venezuela es víctima de esa anacrónica receta que encubren con los empaques de "revoluciones o procesos inspirados en el socialismo". Son una secta entrenada para las más descaradas simulaciones. Expertos en aparentar ser respetuosos de las reglas del juego, de las que se valen sinuosamente para alcanzar el poder, ya no por las vías de las fracasadas guerrillas alentadas por Fidel Castro, como lo intentó hacer en los comienzos de los años 60 en mi país, sino que esos métodos fueron dejados de lado, para ensayar el mecanismo de la participación electoral, cabalgando en los lomos de la democracia que les abre sus cauces desde donde navegan hasta llegar a puerto seguro.

Luego estos populistas disfrazados de salvadores, con mucha precisión arponean esa misma democracia, hiriéndola de muerte y así comenzar a darse la Constitución que mas les convenga, al mismo tiempo que redactan y promulgan, irregularmente, una hilera de leyes acomodadas a sus ideas deleznables para apoderarse de las instituciones de un Estado que debilitan, dejándolo sin base jurídica, sin separación de poderes, pero sí, con un aparataje manipulado por los jerarcas comprometidos con la dictadura, que comenzará a establecerse para que el caudillo, suerte de falso mesías, sea la deidad de un pueblo al que le cantarán estribillos edulcorados que le resultaran atractivos al principio, pero luego de unos años, experimentarán las amarguras que arrastra en sus entrañas, semejante esperpento populista.

Al momento que escribo estas líneas, Juan Guaidó finaliza un exitoso recorrido por Europa y América, dejando claramente caracterizado el régimen encabezado por el dictador Maduro. Es una “Corporación Criminal”, ha sostenido Juan Guaidó, fincado en argumentos sólidos. No sólo pedimos apoyo para superar esta desgracia incubada en ese maléfico proyecto populista, sino que presentamos nuestro patético caso como un espejo en que deben mirarse los líderes políticos y los pueblos de las naciones visitadas por Guaidó.

Que tengan clara la advertencia esos países, incluso aquellos que disfrutan de democracias estables que han generado progreso para sus ciudadanos, porque "el diablo anda suelto" y se aprovecha de las debilidades de los gobiernos de turno, fomentando diferencias que dejan heridas para luego beber del desangramiento de instituciones nobles que socavan para treparse sobre las ruinas de la democracia.