sábado, 18 de marzo de 2017

Democratas vs Estatocracia

La incapacidad extrema de Nicolás Maduro para el inicio de 2017 ha reproducido en Venezuela el establecimiento de la estatocracia –léase el ejercicio del poder del militarismo- en todos los campos de acción del sistema político venezolano. El militarismo, en consecuencia, empleando de manera primitiva la lógica vertical y por mandato, es el responsable de maltratar, ofender, perseguir y asesinar a ciudadanos venezolanos demócratas que sufren la dictadura de la estatocracia. La estatocracia es el sistema impuesto por el presidente difunto que, de manera atorrante y anclado en el imaginario político real, creyó que podía cambiar las significaciones imaginarias sociales del venezolano democráta.

La estatocracia es el instrumento del comunismo primitivo para ejercer el dominio sobre la sociedad empleando la fuerza, su capacidad logística y las funciones de canalización, comunicación y expansión del elemento armado sobre la sociedad. Sociedad venezolana que para el inicio de 2017 carece de un plan todavía de participación política contendiente que le permita, vía operadores políticos conscientes, entender la brutalidad y gravedad de la acción del cuerpo armado como actor central del régimen. La precedente afirmación muestra la dictadura –casi tiranía- de un régimen que no tiene frenos para amedrentar, perseguir y vejar al ciudadano convencido de que la Constitución pudiera protegerle.

La estatocracia en Venezuela a partir del 20 de Octubre, cuando el régimen negó el derecho del voto a la mayoría de los venezolanos y con mayor saña después de la declaración del abandono del cargo de Nicolás Maduro y la activación del Comando Anti-Golpe y Paz, va a mostrar la brutalidad del militarismo como gobierno. Todo esto jefaturado y encabezado por Padrino López, el cual ha hecho sentir en el cuerpo societal tal grado de persecución, violencia política y represión que la masa social democrática del 6D terminó por sentirse espantada, atemorizada, invadida por el pesimismo, lo cual pareciera que muestra un cambio en sus significaciones imaginarias sociales como consecuencia de la brutalidad de Padrino López y su militarismo.

Grave variación de las significaciones imaginarias sociales son las acometidas por el militarismo con el fin de debilitar el gen democrático del venezolano. Ese militarismo perverso es el mismo responsable que con cobardía planificó y ejecutó los golpes del 4F y 27N, y que ahora en funciones de gobierno militarista e ideologizado por el socialismo, privilegia su imaginario político real empleando el hiato fuerza-violencia para tratar contener y neutralizar en un ambiente de “inacción política” a la Venezuela que parecía inhibida por la violencia del militarismo a la participación política contendiente.

Fracasa, no obstante, la estatocracia y este militarismo impune en su objetivo cuando las fuerzas morales de la ciudadanía, ante la maroma inviable impuesta por el Nicolás Maduro de la renovación de los partidos políticos, actuó y participó con valor ciudadano creando tal conmoción que el militarismo se muere de sorpresa al ver como refluye el gen democrático. Gen democrático que se dispone, casi por la vía de un automatismo del imaginario social, a reconstruir su significación fundamental como lo es la Constitución, el voto, el derecho a participar y un valor moral extraordinario que es la prioridad de la democracia como forma de vida. Es decir, anticipa de una vez la participación de la revalidación de los partidos políticos la derrota de la estatocracia

Los demócratas todos, y más de los que votaron el 6D de 2015 exigiendo un cambio, han decretado desde ya que fortalecerán sus significaciones imaginarias sociales para contener la tiranía del narco Estado y responderle cívicamente y con coraje a la estatocracia. Las significaciones imaginarias sociales del venezolano no han cambiado ni cambiarán, ante la emergencia de la dictadura; por el contrario, crecerán como una especial energía para contener el sofismo del militarismo mediante una nueva tesis que explique la autonomía de la sociedad venezolana y su disposición cívica para reponer la democracia.

Los demócratas como actores del sistema político en Venezuela han sido quizás uno de los más importantes desarrollos alcanzados de manera plana como colectividad por los venezolanos, que no obstante la perversión impuesta fundamentada en el engaño del 4F y 27N de 1992, comenzarán a comprender que las significaciones imaginarias de los venezolanos están instauradas en su magma. Están instauradas en su trayecto antropológico y entienden las virtudes de la libertad política y social como la gran razón para contener las perversiones marxistoides, que no tienen espacio en el imaginario político de los venezolanos y, en consecuencia, crecerán y adelantarán acciones para la reposición de la democracia que tiene como símbolo la Constitución y los valores de la dignidad y ética, propia de una país del siglo XXI.

Trump, no mates a la OEA!

Justo cuando la Organización de Estados Americanos (OEA) está liderando los esfuerzos regionales para restaurar la democracia en Venezuela, el presidente Donald Trump está pidiendo al Congreso drásticos recortes en las contribuciones de Estados Unidos a organizaciones internacionales que podrían paralizar la institución.

Trump está pidiendo una reduccion del 50 por ciento en los fondos para la Oficina de Organizaciones Internacionales del Departamento de Estado, que paga las cuotas estadounidenses a las Naciones Unidas, la OEA y otros grupos internacionales y regionales, según reportó la revista Foreign Policy.

Los recortes serían parte de una reducción del 37 por ciento del presupuesto del Departamento de Estado. Al mismo tiempo, Trump está pidiendo al Congreso un aumento de $54,000 millones para gastos militares, dijeron funcionarios estadounidenses.

Dejando a un lado el hecho de que la diplomacia y el “poder blando” son mucho más baratos y efectivos que el gasto militar, los recortes propuestos por Trump difícilmente podrían venir en un peor momento para América Latina.

La OEA se ha convertido en la mejor opción de la región para restablecer la democracia en Venezuela después de que el Secretario General de la OEA, Luis Almagro, tomó la iniciativa de pedir a los países latinoamericanos que apliquen la Carta Democrática de la organización contra el régimen autoritario de Venezuela.

A principios de esta semana, Almagro pidió a los países miembros de la OEA que den al régimen venezolano un ultimátum de 30 días para convocar elecciones generales y liberar a los prisioneros políticos. Si Venezuela no cumple, los países miembros de la OEA deben suspender a ese país de la organización, dijo Almagro.

Las sanciones diplomáticas regionales son la manera más efectiva de ejercer presión sobre el gobernante venezolano Nicolás Maduro, ya que a diferencia de las declaraciones públicas de Washington –que Maduro puede desechar fácilmente tildándolas de “agresiones imperialistas”– las medidas de otros países le quitan legitimidad al gobernante venezolano en su propio país, me dicen diplomáticos latinoamericanos.

En los últimos años, las sanciones diplomáticas regionales provocaron la caída de gobiernos autoritarios en Perú y Honduras.

La OEA ya está operando con un presupuesto mínimo tras un recorte del 12 por ciento el año pasado. La organización se vería incapacitada si se ve obligada a someterse a una nueva ronda de recortes, me dicen funcionarios de la organización.

Estados Unidos aporta $50 millones anuales al presupuesto de la OEA, seguido por Brasil con casi $11 millones y Canadá con $9 millones. Pero las cuotas anuales de Estados Unidos a la OEA son minúsculas comparadas con los casi $ 3,000 millones en contribuciones anuales estadounidenses a las fuerzas de paz y a las agencias de las Naciones Unidas.

Con su presupuesto limitado, la OEA monitorea elecciones en toda la región –como las próximas elecciones del 2 de abril en Ecuador–, coordina esfuerzos regionales contra las drogas y la lucha contra la corrupción, e investiga abusos a los derechos humanos con su Comisión de Derechos Humanos.

“Sería un error terrible recortar el financiamiento para la OEA”, dice Roger Noriega, un conservador que dirigió la oficina de asuntos hemisféricos del Departamento de Estado en la administración de George W. Bush. “Estados Unidos estaría diezmando la única organización que probablemente puede ayudar a Venezuela y a muchos otros países”.

Mi opinión: Es cierto que la OEA tiene sus propias contradicciones. Me cuesta entender, por ejemplo, por qué Almagro propone la suspensión de Venezuela de la organización y al mismo tiempo pide la readmisión de Cuba, una dictadura que no ha permitido elecciones libres en casi seis décadas.

Pero, más allá de sus contradicciones, la OEA de Almagro se ha convertido en un actor político muy positivo para la defensa de la democracia en el continente.

Todos sabemos que a Trump no le importa mucho la América Latina –su Departamento de Estado aún no ha nombrado a un funcionario a cargo de los asuntos regionales y la mayoría de las declaraciones de Trump sobre la región se han limitado a criticar a México y a los mexicanos– pero recortar los fondos de la OEA sería un gran error. Debería aumentarlos, en lugar de gastar más en armas y muros

La OEA de Almagro y el Jenga Venezolano...

El régimen chavista juega Jenga. Sí, Jenga, el juego de mesa que consiste en construir una torre con tres bloques de madera en cada piso, para luego seguir hacia arriba con piezas extraídas de los pisos inferiores. Se van colocando en la cima, lo cual desestabiliza gradualmente la estructura. Quien quita la pieza que produce el derrumbe del edificio, pierde.

El edificio de la democracia constitucional, esto es. Una a una, las piezas de dicha estructura han sido removidas por el gobierno mientras el juego continúa. Durante años, ha quitado el debido proceso, el derecho a la libertad de prensa, la independencia del poder judicial, la soberanía legislativa de la Asamblea Nacional, el derecho al disenso y la alternancia en el poder. Por nombrar unas pocas.

Pero gracias al desinterés de los otros jugadores, la ficción del diálogo y una respetable cantidad de colaboracionismo local e internacional, Maduro ha buscado—y sigue buscando—coronarse campeón de Jenga. Es decir, mantener el edificio en pie a pesar de sus cada vez más debilitados cimientos.

En mayo pasado, y por medio de un detallado informe, Luis Almagro desde la OEA le advirtió que el edificio era endeble y que, además, existía una directa relación causal entre el deterioro del mismo—o sea, la profunda degradación institucional—y la corrupción, la criminalidad, la pobreza y la crisis humanitaria.

Para tener una idea: la inflación es de 800%; el 52% de los venezolanos vive en extrema pobreza; la canasta alimentaria básica cuesta 15 salarios mínimos; el 73% de la población ha experimentado una perdida de peso de 8.7 kilos en promedio durante 2016; el consumo de proteínas ha caído; la mortalidad infantil es más alta que en Siria; y las redes sociales son farmacias virtuales donde se implora por las medicinas que los hospitales no tienen.

Pero Venezuela es modelo, dicen los funcionarios del gobierno. Almagro no lo creyó, ni en mayo ni ahora. En mayo su advertencia apeló al artículo 20 de la Carta Democrática. Ante una alteración del orden constitucional, el mismo instruye a los Estados miembros a “realizar una apreciación colectiva de la situación” y a “disponer la realización de las gestiones diplomáticas necesarias, incluidos los buenos oficios, para promover la normalización de la institucionalidad democrática”.

Pero allí siguió Maduro jugando Jenga. Y su movida siguiente fue quitar otra pieza del cimiento del edificio: el derecho al voto, nada menos. De eso se trata la clausura del referéndum revocatorio y la suspensión indefinida de las elecciones regionales. Sin el voto, el régimen ha perdido su legitimidad de origen, la última migaja de legalidad que le quedaba. Y tal vez la última pieza que sostenía el edificio.

Esta semana Almagro se despachó con otro informe invocando el artículo 21 de la famosa Carta. Ello porque ya no se trata de una alteración del orden constitucional, sino de una ruptura del mismo. Ante tal ruptura y el fracaso de las gestiones diplomáticas (tomemos al remanido diálogo como sinónimo de diplomacia: ¿alguien puede decir que no ha fracasado?) el artículo 21 dice que se podría suspender a dicho Estado “de su derecho de participación en la OEA” con dos tercios de los votos, mientras “la Organización mantendrá sus gestiones diplomáticas para el restablecimiento de la democracia en el Estado Miembro afectado”.

Del artículo 20 al 21, Almagro subió la apuesta. No solo al gobierno de Venezuela, también a los demás países de la región; a los que no se hacen cargo de la crisis venezolana como una crisis del hemisferio entero; a los que se niegan a reconocer que, sin la ayuda internacional que el gobierno rechaza sistemáticamente, la tragedia humanitaria será exportada bajo la forma de una oleada de refugiados; y a los que no entienden que la Carta Democrática, que Caracas tanto teme, es un instrumento de diplomacia preventiva.

Pero Almagro también le sube la apuesta a la izquierda latinoamericana. Esa izquierda desmemoriada, conceptualmente perdida, desconectada de su propia historia y normativamente a la deriva. Es que cuando solo quede la resaca bolivariana—y con perdón de Bolívar, figura de la historia puesto a hacer política hoy—el discurso de la igualdad, el supuesto socialismo y la democracia plebiscitaria ya no tendrá significado alguno. El edificio habrá colapsado, no habrá más Jenga por jugar.

Será entonces el momento de reconstruir los valores progresistas a través de una manera democrática de hacer política, y eso sobre las ruinas institucionales y económicas, pero también éticas e intelectuales, que queden detrás. Esa es la otra inversión, de largo plazo, de Almagro y la Carta Democrática.