lunes, 28 de abril de 2014

“Que no se calle la calle”

No hay más silencio en las calles de Venezuela, ni tranquilidad, ni paciencia, ni resignación para que los grupos armados del gobierno o del hampa dispongan de la vida, libertad y hacienda de los ciudadanos a su haber y entender. Es el fin de la licencia para matar de bandas que, ya sea por instrucciones de los mandos políticos y judiciales oficialistas, o de las mafias de paramilitares asolan las calles, pero cuyos crímenes serán juzgados más temprano que tarde en tribunales nacionales e internacionales.

No es una aspiración nueva de la Venezuela democrática, puesto que ya en el 2002, 2003 y 2004 la oposición tomó ciudades y pueblos para que los irregulares del oficialismo entendieran que la destrucción de Venezuela no ocurriría sin lucha, acusaciones, juicios y castigos pero que, dado los altibajos de la política, se contuvo, pero no se detuvo.

En las contenciónes, no hay dudas que jugó un papel invaluable la política unitaria que desde el 2006 comenzaron a implementar las organizaciones políticas opositoras, y que, a partir del 2007, fueron anotándose éxito tras éxito (elecciones parlamentarias en el 2008 y para gobernadores en el 2010) hasta llegar al punto de “quiebre e inflexión” que significaron las elecciones presidenciales del 14 de abril del 2014.

Conviene detenerse en la fecha, pues está en el origen de la actual protesta nacional anticastrochavista, así como en el sacudón de la política unitaria que, sí persiste, es porque su dirigencia ha tenido la amplitud necesaria para oír y plegarse a otras voces.
Venezuela a comienzos del año ya era, en efecto, lo que es hoy, un espectáculo de cientos o miles de consumidores en colas frente a abastos, mercados y supermercados en los cuales el gobierno les promete que puede haber llegado la leche, la harina pan, el arroz, el aceite la pasta, la azúcar, o el papel toalet.

El hampa también se batía con furia sin igual, y el saldo de venezolanos asesinados en las calles en el 2013 era de 25.000, la inflación se acercaba al 60 por ciento anual, y también escaseaban las medicinas, desaparecían los servicios públicos, y el transporte, las vías carreteras, y la infraestructura era ahora una chatarra que anunciaba que había existido alguna vez.

Pero en cuanto a las libertades, los derechos humanos y las garantías ciudadanas, el madurato también arrasaba con los residuos que se sobrevivían y la mejor prueba era que ya no había televisoras independientes, las radioemisoras se reducían y la prensa escrita era asfixiada porque el gobierno no suministraba dólares para la compra de papel.

De modo que, la mesa estaba servida, no para permanecer impasibles pensando en las elecciones parlamentarias del 2015, sino en una protestar popular de “ahora y ya”, que contuviera o le pusiera fin al castrochavismo que ya empezó a llamarse madurismo.

Fue la iniciativa que tomaron un grupo de estudiantes en la ciudad de San Cristóbal, en el Estado Táchira, sin ninguna clase de dirección, ni liderazgo, y que al ser reprimida por el gobierno regional, se trasladó a Mérida, Maracaibo, Barquisimeto, Valencia, Caracas, Porlamar, Ciudad Bolívar, Puerto Ordaz, Cumaná hasta convertirse en el incendio que no da muestras de ceder.

Y que contó con dos reacciones opositoras: la reticente, ambigua, distante y crítica de Capriles y la MUD; y la fervorosa, proactiva, estimulante y motivadora de líderes como Leopoldo López, María Corina Machado y Antonio Ledezma.

Lo cierto es que un vendaval o huracán sacudían, no solo al gobierno sino a la MUD y Capriles que indudablemente habían errado sus cálculos en la profundidad y extensión de la crisis nacional y sentían amenazados sus liderazgos ante esta fuerza cuyo escenario era la calle y sus organizadores desconocidos e incontrolables.

Llegó un momento, por tanto, en que pareció que la división opositora pasaría de real a formal, -sobre todo en circunstancias que Leopoldo López fue encarcelado-, pero para desconsuelo de Maduro y CIA, se impusieron las ganas de no perder la oportunidad de reconvertirlo en un presidente ilegal, deslegitimado y sin apoyo nacional, y de la unidad opositora puedo anunciar que está muy bien, demasiado bien.

Sobre todo, no está equivocándose en el camino, ni perdiéndose en fantasías, ni apostando en milagros que no sean el resultado de políticas bien diseñadas, calculadas y monitoreadas, luchando, en definitiva por “lo posible” como fórmula para llegar a “lo imposible”.

Y con una única e irrenunciable consigna: “Que no se calle la calle”

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