Si la emboscada en la que los diputados oficialistas golpearon de manera salvaje a los de la oposición, recibió de manera inmediata, tanto dentro, como fuera del país, la etiqueta de “nazismo”, lo que siguió, acusar a los agredidos de ser los agresores, no pudo conceptualizarse sino de “fascismo”. O, lo que es lo mismo: que en menos de dos semanas, los herederos de Chávez, juntaron dos técnicas de terror que no siempre se asocian: reprimir al enemigo sin piedad (nazismo), pero luego, por miedo a la reacción de la opinión pública nacional e internacional, apresurarse a decir que los agredidos fueron los agresores (fascismo).
Al efecto, vimos a las pocas horas de las golpizas que le propinaron a María Corina Machado, Julio Borges, Nora Bracho y otros 10 diputados de oposición en el propio hemiciclo de la cámara, en los copiosos medios radioeléctricos del Estado a los diputados agresores denunciando que los agredidos eran ellos y que, simplemente, “habían actuado en defensa propia”.
Fue asombroso: pero se dispararon cadenas con videos editados, aparecieron auténticas fieras de la agresión con premeditación y alevosía como, Nancy Ascensio y Michelle Reyes, con collarines, yesos y férulas alegando que los victimados eran ellos, ante un país que acaba de ver por televisión y los videos que le siguieron, los hechos donde ellos aparecían delinquiendo.
Pero no fue todo: Diosdado Cabello, el presidente de la Asamblea Nacional que debió llamar al orden para evitar el derramamiento de sangre, dijo después que no lo hizo “porque estaba preocupado”, y el presidente de la República, Maduro, banalizó los hechos calificándolos de “samplabera”. O sea, que sin más escarceos: nazifascismo en estado puro
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